lunes, 18 de enero de 2016

XLIII

Me tomé la licencia de remar en el mar de una canción prestada por la dueña de una sombra finita. Los días de la vida eran para mí meras luces falsas que dejaba la luna en la ventana; y sin embargo me acosté un rato sobre el pecho de la princesa de las furias y descubrí la selva.

Vivo para recordar un olvido de otra. Saber que me han querido ya no es suficiente para mí; Encontrar un rastro de la distancia no me consuela. Diría que hasta es peor saber que me buscaron ciertos ojos: siempre estuve quieto en mi hexágono, esperando un abrazo. La colmena no era tan grande como para alegar un extravío; y mi aroma nunca fue confuso.

No sé qué le dirás ahora a los mártires de lana que pusiste para confundirte. Yo nunca me moví de mi pena.

Te habría querido más si hubieras al menos pasado a preguntarme cuánto me dolía mirarte de lejos. pero estabas demasiado ocupada excusándote por tu exilio y simplemente pasaste de largo.

El amor no sabe distinguir bien entre el descuido y el desprecio. Y ser hijo de una lágrima es demasiado para mí.

No puedo quererte en estas condiciones.

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