jueves, 28 de enero de 2016

XLVII



Debería considerarse el conocimiento como una forma específica de afectación, más que como un estado del alma. El problema a considerar es si acaso “conocer” dista tanto de “creer”, al menos entendiendo la creencia como una suerte de perplejidad autosatisfecha en la constatación inmediata de cierto placer tranquilizador.

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Hay cierta especificidad que suele asignarse al arte (“arte” como deslizamiento sensual de adecuación entre el cuerpo y su expresión social), cierta capacidad del “talento”, según la cual es posible separar la intuición de la razón. Esta suposición debe ser discutida y revisada (Nietzsche ya lo ha hecho). Sucede lo mismo con la racionalidad supuestamente mítica de la creencia religiosa. Las asignaciones valorativas (evolucionistas) a los distintos modos en que la sensibilidad es afectada (y afecta a) son tan arbitrarias como históricas y conducen a atolladeros.

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La base misma del pensamiento evolucionista del positivismo clásico está atravesada por el presupuesto de la banalidad del impulso sensual. El lenguaje mismo está atravesado por una irracionalidad puramente estética; lo bello y lo verdadero no pueden escindirse con tanta facilidad.

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El conocimiento aparece como problema sólo cuando se lo escinde de la vida política. Regresar a la tragedia como expresión genuinamente colectiva del problema del saber (Nietzsche otra vez): la pregunta ética (¿Qué debo hacer?) se transforma en una pregunta moral (¿Cómo conocer lo que debo hacer?). Hay que explorar ese deslizamiento entre el deber político y la certeza. La certidumbre supone un abandono de la contingencia, propia del devenir social, político y cultural.

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Spinoza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Existir como haz de relaciones, contrariando la idea de la existencia imperativa. La lógica formal encuentra un límite en la litigiosidad barrosa de la persuasión: sabés porque te hemos convencido de que el saber es cierta paz del alma, que encuentra su centro en una externidad tan imaginaria como atravesada por la fuerza desnuda de un relato consagrado. Y nuevamente Spinoza: sólo Dios es adecuación. No hay Verdad, sino placer y dolor (Burke: ¿Será acaso que lo sublime es la medida del saber?).

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