Debería considerarse el conocimiento como una forma
específica de afectación, más que como un estado del alma. El problema a
considerar es si acaso “conocer” dista tanto de “creer”, al menos entendiendo
la creencia como una suerte de perplejidad autosatisfecha en la constatación
inmediata de cierto placer tranquilizador.
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Hay cierta especificidad que suele asignarse al arte (“arte”
como deslizamiento sensual de adecuación entre el cuerpo y su expresión
social), cierta capacidad del “talento”, según la cual es posible separar la
intuición de la razón. Esta suposición debe ser discutida y revisada (Nietzsche
ya lo ha hecho). Sucede lo mismo con la racionalidad supuestamente mítica de la
creencia religiosa. Las asignaciones valorativas (evolucionistas) a los
distintos modos en que la sensibilidad es afectada (y afecta a) son tan
arbitrarias como históricas y conducen a atolladeros.
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La base misma del pensamiento evolucionista del positivismo
clásico está atravesada por el presupuesto de la banalidad del impulso sensual.
El lenguaje mismo está atravesado por una irracionalidad puramente estética; lo
bello y lo verdadero no pueden escindirse con tanta facilidad.
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El conocimiento aparece como problema sólo cuando se lo
escinde de la vida política. Regresar a la tragedia como expresión genuinamente
colectiva del problema del saber (Nietzsche otra vez): la pregunta ética (¿Qué
debo hacer?) se transforma en una pregunta moral (¿Cómo conocer lo que debo
hacer?). Hay que explorar ese deslizamiento entre el deber político y la
certeza. La certidumbre supone un abandono de la contingencia, propia del
devenir social, político y cultural.
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Spinoza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Existir como
haz de relaciones, contrariando la idea de la existencia imperativa. La lógica
formal encuentra un límite en la litigiosidad barrosa de la persuasión: sabés
porque te hemos convencido de que el saber es cierta paz del alma, que
encuentra su centro en una externidad tan imaginaria como atravesada por la
fuerza desnuda de un relato consagrado. Y nuevamente Spinoza: sólo Dios es
adecuación. No hay Verdad, sino placer y dolor (Burke: ¿Será acaso que lo
sublime es la medida del saber?).
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