sábado, 12 de diciembre de 2015

X

Hay poco espacio en una huella para escribir dos noches
si fueran tres, al menos;
pero hay que dejar hoy mismo dicho lo que falta,
tal vez
porque mañana, cuando te despiertes, ya no haya mucho que decir.

Es así:
falta que vuelvas para que te vea irte.
Esta noche y la de ayer te fuiste demasiado en silencio
y yo, que estoy atento a mis descuidos, miro el piso marcado por lo que había,
que eras vos, caminando, tan linda.
Pero no te vi.
La espalda ahora ya te queda demasiado justa,
pero cuando te ibas, cuando sobre esa huella estabas vos,
el pelo te caía exactamente en el lugar preciso
y era mejor.
Era tu espalda de siempre, quiero decir, la que me gusta.

Un pie, y encima del pie vos.
Yéndote.

Ahora te veo dormir y me apena que sean casi las dos.
Vos ni siquiera sabés que en los hombros te caben tres besos,
porque la piel se te abrasa con nada
y los ojos, cerrados, se te llenan de esas promesas que nunca visito.

Mañana probablemente pase otra vez;
pero nunca habrá un irte más hermoso que este de hoy, que no vi.
Y eso es imperdonable.

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