lunes, 14 de diciembre de 2015

XXV

Aparezco en mi vida de repente, como un invitado. En todo cuerpo habitan vestigios de lo que nunca ha sido y entre ruinas y rincones llevo flotando en mí fantasmas, restos de piel anónima, olores sin redención.
Por si acaso, es bueno llevar encima un otro lo suficientemente inconsistente como para saltarse pasos. Nunca sabe uno si de una sombra lúgubre no puede salir de golpe una luciérnaga; al fin y al cabo una orquídea es un milagro en una rama tuerta. Y no es raro que en una tempestad alucinada una gota en la oreja sea la diferencia entre el hastío y la risa.
Me consuelo soñando despertares, pero hay un trópico cerca del ombligo debajo del cual todo es angustia.
Digo yo; si es tan fácil deshacerse de una lágrima con el revés de una mano; ¿cómo es posible que no haya manera de quitarse de encima una mirada?

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