Hay
quien quiere dejar el silencio para cosechar una mala costumbre en la
piel de su amante. El olor funciona desdeñando intenciones
imposibles: pasa una cara, pasa un susurro y la nariz se arrebata sin
imposturas en un cuello cercano.
No
tengo tanto tiempo. Salgo a caminar de vez en cuando por el barrio.
En algunas esquinas vive una mujer que me corrompe y se esconde. Veo
su espalda en las ventanas. Y sólo a veces veo una ventana que la
escupe hacia mí, que vago desprevenido.
¿Qué
se le puede pedir a una mujer sin secretos?
Creía
que la suerte estaba enredándose en la tarde. No soy tan afortunado
como para tejerla de nuevo. A ella. La suerte siempre se acaba.
En
algunas semanas voy a morir de pena: Mi madre está cansada de
abdicar de mí. Mi hembra está cansada de descuidarme. Mi amor está
cansado de acostumbrarse a la tristeza que le robo. Si no muero de
pena, voy a morir de tontería. Y si no de suicidio. Eso siempre
salva de la desesperación o del aburrimiento.
¿Qué
se le puede pedir a un hombre afónico como yo?
Mi
costumbre es decirte lo que no sucede, al menos para que te escribas
un beso en la espalda con mi nombre. Lo que duele... eso no se puede
decir desde aquí. Falta un cuerpo a tono con tanto garabato del
destino
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