sábado, 12 de diciembre de 2015

XXII


Hay quien quiere dejar el silencio para cosechar una mala costumbre en la piel de su amante. El olor funciona desdeñando intenciones imposibles: pasa una cara, pasa un susurro y la nariz se arrebata sin imposturas en un cuello cercano.

No tengo tanto tiempo. Salgo a caminar de vez en cuando por el barrio. En algunas esquinas vive una mujer que me corrompe y se esconde. Veo su espalda en las ventanas. Y sólo a veces veo una ventana que la escupe hacia mí, que vago desprevenido.

¿Qué se le puede pedir a una mujer sin secretos?

Creía que la suerte estaba enredándose en la tarde. No soy tan afortunado como para tejerla de nuevo. A ella. La suerte siempre se acaba.

En algunas semanas voy a morir de pena: Mi madre está cansada de abdicar de mí. Mi hembra está cansada de descuidarme. Mi amor está cansado de acostumbrarse a la tristeza que le robo. Si no muero de pena, voy a morir de tontería. Y si no de suicidio. Eso siempre salva de la desesperación o del aburrimiento.

¿Qué se le puede pedir a un hombre afónico como yo?

Mi costumbre es decirte lo que no sucede, al menos para que te escribas un beso en la espalda con mi nombre. Lo que duele... eso no se puede decir desde aquí. Falta un cuerpo a tono con tanto garabato del destino

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