Vieja
gárgola de un muro milenario
vigilando
el paso rancio de mercancías humanoides
agrietada
por días y semanas y años de lluvias
y
veranos de polen desarraigado
se
duerme en su carro de atardeceres
la
anciana bailarina de los dientes de musgo
Ella
espera su esmeralda prometida
a
veces recopilando miradas en Alsina y Pasco
al
ritmo de una música sólo afín a su tímpano de aurora
mientras
los cuerpos mediocres graznan alborotados
en
la plaza rústica y domesticada por el hierro
Ella
es la niña intrépida que negó el tiempo
y
entregó la pena a un presente perpetuo
para
cuidar el grano fecundo del abismo
y
sembrar alguna tarde un universo de jazmines
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