Si
el día se envició en su barricada
y
el adiós se vistió de un mal idioma,
es
la noche un dolor que sólo asoma
para
hacerse huracán en retirada.
Es
el filo del habla el que acobarda,
es
el rostro, la voz, la risa herida,
es
toda ella, sutil, triste, vencida,
una
excusa en que el duelo se retarda.
Pero
¿cuánto ha de ser el desatino
de
callar la feroz ley del deseo?
¿Quién
decide el final del devaneo
sin
dejar sangre seca en el camino?
El
final es feroz, no hay ya recreos
que
den tregua al desprecio clandestino.
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