La vertiente hiere la piedra
cura la ladera del cerro de su musgo anciano
desde la hondura sepia del hielo
para vestir de vida la sed del peregrino
Debajo
en el vértice abrupto de la cañada
pasa el arroyo azucenado y rumiante
vociferando prepotencias de río
que mueren en el pedrusco liso como espalda
el agua arremetida se agota
en la cópula impúdica con el agua verde
y allí el sol no pierde su misterio
porque está siendo amparado por la mujer tríptica
hecha de hojas de raulí y almendro
desnuda como una constelación de sangre
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