martes, 3 de septiembre de 2019

CDXL

Ni siquiera puedo referir su historia, más que en fragmentos deshilvanados, a pesar de que conversamos bastante, cada vez que me pedía algo, por lo general cigarrillos y, ocasionalmente, un poco de plata. Toni es uno de esos escándalos del ojo burgués, prolijo y conforme éste con su rutina asegurada y compartida en charlas estériles de ocasión, en una cena después del cine o del teatro, siempre llano, con raras excepciones. Toni no está ni en las películas ni en la televisión, o aparece allí como una caricatura patética que ni se le asemeja; sólo está en la esquina, o en cana, o durmiendo en la cochera, si llueve, y en la vereda, si no. Y borracho, siempre, o desafinado a causa de algún otro artilugio de esos que hacen de la mente un territorio estelar y ausente.
Nació, eso es un hecho; al menos está y es dable suponer que se debe a que nació. Tuvo madre y padre, al menos un rato. Tiene padre aun, si acaso es posible creer sus historias; pero lo tiene en forma de desprecio y no es difícil entenderlo. No habla de su madre y acusa tener también hermanxs, pero son sólo una referencia y luego un silencio en el que no se hurga.
Toda vida humana tiene, en mayor o menor medida, arrabales, turbios y dulces; pero Toni es todo él un arrabal de una vida que está en algún sitio, que difiere siempre de sí, que nunca lo acompaña. Delgado a veces hasta el espanto, le resalta en el rostro una pintura de marcas moradas que no pueden inferirse de nada en particular y una boca incompleta. Es un merodeo con forma de muchacho de unos treinta, agradable a veces.
Hablé con él por primera vez cuando trató de venderme una bicicleta robada, sin éxito. Fue desde ese momento que comenzamos a conversar. Sé que ha trabajado algunas veces, de repartidor y de lavacopas; la última vez que hablamos acababa de renunciar a un trabajo en una carpintería, que había conseguido apenas unos días antes y que parecía ilusionarlo, sobre todo porque imaginaba una hipotética conversación con su dudoso padre, no mediada por pedidos de auxilio, que llegaban cada vez más espaciados.
Las cuadras del barrio son cuna de una variedad impresionista de seres casi imaginarios, lánguidos casi todos, pero arraigados a penurias sin cura. Toni, al menos en ese sentido, parece, o parecía, una diferencia, en gran medida porque conserva, o conservaba, una cierta vivacidad en la mirada y, sobre todo, un lenguaje, una narrativa, sólo similar a la de los otros en el acto del requerimiento material, que era el inicio de cualquier charla.
Como ya conté en otra ocasión, desapareció de golpe. Lo supe preso a causa de un teléfono, artefacto crucial en la vida de lxs seres humanxs actuales, para quienes una vida no es paga suficiente por un día sin mensajes de texto. Fueron cuatro o cinco meses.
Volví a verlo hace poco, volviendo a casa, algo que también conté.
El núcleo de esta reseña breve es que ya no es él, o al menos no es el “él” que solía conocer. Lo saludé sólo para preguntarle cómo estaba y ofrecerle unos pesos. Giró la cara y no me miró, es decir, sus ojos me apuntaban, pero no veían nada; por lo menos nada significativo. Me impresionaron el rostro agestual y la vacuidad de la mirada, mucho más que el silencio, que fue igualmente doloroso. Creo que no tuvo idea de quién era yo, si acaso tuvo idea de que había alguien allí, delante de él. Y es que, como dije, no había “él”, sino un cuerpo homínido habitando vaya a saber que universo. Sólo atiné a sacar mi paquete de cigarrillos y dárselo. Todo fue maquinal en él, adelantó un brazo, abrió y cerró la mano para capturar el regalo y giró nuevamente la cara hacia la ventana de la pizzería.
Es difícil arriesgar el ejercicio de las atribuciones, casi siempre incontrastables; creí, porque quise, que los días de cárcel habían sido demasiado para él. Volví a casa con esa idea, que no era otra cosa que una salvaguarda de otra, más atroz, que derivaba en la fragilidad del ser en una sociedad que ya no se estremece por el desamparo; por el contrario: lo celebra y festeja como merecido castigo por la incompetencia; una sociedad de víctimas sin victimarios y victimarios que presumen moralidades hipócritas, incapaces de sentir el pesar ajeno. Una comunidad repleta de almas hermosas que se conduelen de lxs olvidadxs siempre y cuando no tengan un nombre, siempre y cuando no existan. Sufren hondamente sólo para masturbarse en su bondad abstracta hasta que el asco aparece en forma de Toni.
Toni no es mi amigo, ni lo será, probablemente, nunca. Pero es Toni. Y es ese el único requisito para quererlo y ampararlo. Todo lo demás es oquedad y miseria del lenguaje infértil de una sociedad de mierda, que llora a gritos y derrama millones de plegarias, lamentos y monedas por catedrales incendiadas mientras se mueren los Tonis delante de sus narices; ¿no es un espanto?

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