Cada mañana grababa un nombre distinto en el canelo;
el viejo, forrado en su llaga, sabía de eso
y en su jardín más dulce que una libélula
era una risa portentosa entre los árboles graves
Subimos al aire, donde la barba de viejo cuelga de los raulíes,
dicen que es donde duerme el gorrión cuando llueve
y en el frío impostado del agosto tardío
se perdió la alegría como si fuera cierta
Ya no habrá cerezas más dulces que aquellas
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