domingo, 1 de septiembre de 2019

CDXXXV


Vuelvo del CBC. Cruzo Mitre y me acuerdo que hay que comprar un par de cosas, así que me cruzo para atrás, en diagonal para ir a la china y cuando llego al otro lado de la calle lo veo a Toni, después de mucho tiempo. Está afuera tratando de ver el partido, lo saludo y me mira como si nunca me hubiera visto en su vida. Está roto, pero roto de veras; tiene una petaca de algo en la mano. Iba a preguntarle cómo estaba, porque había caído preso por afanarse un celular, hacía unos meses, como ya conté, al menos según la versión de Rodrigo, uno de los serenos de la cochera; calculo que seguirá en juicio pero por ahora volvió a la esquina. Me mira pero no ve nada, así que no le pregunto nada yo, porque no tiene sentido. Saco el paquete de puchos y veo que me quedan tres; se lo doy, total ya vuelvo a casa y agarro más. No hace gestos, sólo agarra el paquete y gira la cabeza para ver si puede enfocar la tele, que está de costado, sólo ese gesto casi lo voltea. No sé cuánto habrá estado adentro, pero lo que salió es mucho peor que lo que metieron. Un celular. Eso vale Toni. Mentira; Toni vale menos. Es muy triste. Entré a casa con los ojos nublados desde el ascensor y con un nudo en el pecho. Hay que cambiar el mundo en serio, che; pero en serio.

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