¿Quién
hierve el día con tanta destreza
que
hace del alma un caldo de agonías?
¿Cómo
se arranca la melancolía
para
que brote en celo la belleza?
Es
el silencio una cruz enclavada
sobre
la cima de horizontes vanos,
no
hay más preludios, no quedan veranos
para
estremecer dichas desterradas.
Tuve
que quererla, fue imprescindible
hacer
de su boca un sueño rendido;
tuve
que ser de ella, aun malherido
sabiéndola
cepa de lo imposible.
Duermo
entre sus dientes, imploro, ruego,
clamo
que haya un mundo esperando luego.
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