lunes, 2 de septiembre de 2019

CDXXXVIII

¿Quién hierve el día con tanta destreza
que hace del alma un caldo de agonías?
¿Cómo se arranca la melancolía
para que brote en celo la belleza?

Es el silencio una cruz enclavada
sobre la cima de horizontes vanos,
no hay más preludios, no quedan veranos
para estremecer dichas desterradas.

Tuve que quererla, fue imprescindible
hacer de su boca un sueño rendido;
tuve que ser de ella, aun malherido

sabiéndola cepa de lo imposible.
Duermo entre sus dientes, imploro, ruego,
clamo que haya un mundo esperando luego.

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