lunes, 11 de noviembre de 2019

DLXIX

¿Por qué honrar a la madre o al padre? ¿Por qué amarlos? ¿Por qué amar al hijo, a la hija, a le hije? ¿Por qué ser amado por elxs, o por cualquiera? No sé qué es el amor, no tengo idea. Sospecho, vagamente, más de una vez, que el amor no existe, no es. Diría que más bien sucede o no, pero tampoco sé por qué sucede, no tengo idea tampoco.
Sólo una cosa sé: el amor no es una mercancía. Amar en un mundo capitalista es una proeza, una hazaña digna de premiaciones. Y es que en el capitalismo sólo hay cosas, objetos; nada deviene, porque lo que deviene no puede transformarse en valor. El Siglo XVII fue el momento en el que dejó de haber amor, al menos para nosotrxs, herederxs de ese infierno conceptual e intrascendente de la burguesía. Se ama a Dios, porque siempre es otrx, porque no hay topografía capaz de detenerlx. Se ama al Khaos, o a la physis, o al logos o a la Virgen. Se ama a Jesús y a Perón, porque no son, ni fueron.
Nada que sea puede ser amado, porque no hay objeto de amor. Decía Burke que lo sublime es ese estado del alma en el que esta está tan llena de su objeto que ya no queda espacio para nada más. La palabra “objeto” es engañosa allí; no hay objeto para el alma. Me figuro la frase portentosa de Burke como atravesada por una precariedad del lenguaje. El alma está tan llena de lo otro de sí que ya no le cabe nada, ni siquiera ella misma.
Si Burke tuviera razón, el amor sería entonces lo sublime por excelencia y, por ello, la menos mercantil de las formas del ser.
No se debe honrar ni amar; ni a la madre, ni al padre, ni a le hijx, ni a nadie. Se ama, sin deber; de hecho, se ama siempre lo que no se debe, lo que será ínfimo en cuanto se transforme en algo, en alguien. Cierta vez escuché la frase “amo esa pollera”; “¿existe una oración más estúpida que esa?”, pensé. Sin embargo, es impecable: ¿cómo no amar un pedazo de tela, si es algo que se puede comprar? ¿no es acaso lo que aprendemos desde que nacemos?
¿De quién son esos cachetes?”, “¿A quién querés más?” ¿Más? ¿Cómo “más”?
Amor y valor. Hay que desaprender todo, todo junto, de una vez, porque ya no sabemos siquiera decir “te amo”, por temor al costo de la frase, al precio que le otrx se pone a sí mismx cuando la escucha. “Me dijiste que me amabas” es un reproche, no un tesoro. Es terrible.
Hay una forma de desvalorizar el amor y es amarlo todo, sin excepción. La contracara de esa moneda es el dolor pertinaz, el llanto. Amar sin tener, sin querer, sin explicar y sin entender.
Porque un día viene la muerte. Y no falta tanto.

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