¿Por
qué honrar a la madre o al padre? ¿Por qué amarlos? ¿Por qué
amar al hijo, a la hija, a le hije? ¿Por qué ser amado por elxs, o
por cualquiera? No sé qué es el amor, no tengo idea. Sospecho,
vagamente, más de una vez, que el amor no existe, no es. Diría que
más bien sucede o no, pero tampoco sé por qué sucede, no tengo
idea tampoco.
Sólo
una cosa sé: el amor no es una mercancía. Amar en un mundo
capitalista es una proeza, una hazaña digna de premiaciones. Y es
que en el capitalismo sólo hay cosas, objetos; nada deviene, porque
lo que deviene no puede transformarse en valor. El Siglo XVII fue el
momento en el que dejó de haber amor, al menos para nosotrxs,
herederxs de ese infierno conceptual e intrascendente de la
burguesía. Se ama a Dios, porque siempre es otrx, porque no hay
topografía capaz de detenerlx. Se ama al Khaos, o a la physis, o al
logos o a la Virgen. Se ama a Jesús y a Perón, porque no son, ni
fueron.
Nada
que sea puede ser amado, porque no hay objeto de amor. Decía Burke
que lo sublime es ese estado del alma en el que esta está tan llena
de su objeto que ya no queda espacio para nada más. La palabra
“objeto” es engañosa allí; no hay objeto para el alma. Me
figuro la frase portentosa de Burke como atravesada por una
precariedad del lenguaje. El alma está tan llena de lo otro de sí
que ya no le cabe nada, ni siquiera ella misma.
Si
Burke tuviera razón, el amor sería entonces lo sublime por
excelencia y, por ello, la menos mercantil de las formas del ser.
No
se debe honrar ni amar; ni a la madre, ni al padre, ni a le hijx, ni
a nadie. Se ama, sin deber; de hecho, se ama siempre lo que no se
debe, lo que será ínfimo en cuanto se transforme en algo, en
alguien. Cierta vez escuché la frase “amo esa pollera”; “¿existe
una oración más estúpida que esa?”, pensé. Sin embargo, es
impecable: ¿cómo no amar un pedazo de tela, si es algo que se puede
comprar? ¿no es acaso lo que aprendemos desde que nacemos?
“¿De
quién son esos cachetes?”, “¿A quién querés más?” ¿Más?
¿Cómo “más”?
Amor
y valor. Hay que desaprender todo, todo junto, de una vez, porque ya
no sabemos siquiera decir “te amo”, por temor al costo de la
frase, al precio que le otrx se pone a sí mismx cuando la escucha.
“Me dijiste que me amabas” es un reproche, no un tesoro. Es
terrible.
Hay
una forma de desvalorizar el amor y es amarlo todo, sin excepción.
La contracara de esa moneda es el dolor pertinaz, el llanto. Amar sin
tener, sin querer, sin explicar y sin entender.
Porque
un día viene la muerte. Y no falta tanto.
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