sábado, 23 de noviembre de 2019

DLXLII

Habría que inventar un vientre para guardar tanto espanto
tanto dolor de siglos infectando las arterias exánimes
los ojos enmohecidos de otoños sin raulíes ni aire puro
o la boca agonizante que no encuentra el beso alucinante
y la piel delgada como papel de arroz clamando una lengua
una mano un pecho de mujer desnudo y erizado

Un vientre ominoso inmenso como la nieve de abril
que digiera la pena que porfía en el árbol invencible y rojo
y disuelva la infancia en un jugo de olvidos urgentes
de abuelas y madres que bailan como tumores de llanto
y deje sólo en pie los hijos y las mariposas y los escarabajos
y las niñas que cantan sin pertenencia ni miseria ni luto
y las mujeres que leen como si de cada palabra nacieran uvas
y las que con sólo abrir los ojos hacen el mundo posible

Habría que inventar el vientre de la tregua final
porque la vida es el reverso de la paz que nunca viene
y el mundo es el resguardo de las humillaciones y los muertos
un vientre fugaz embarazado de sonrisas que lo cubran todo
que maten esta agonía de vivir en silencio entre sombras
y siembren una una semilla de belleza en mí al menos un rato
sólo una

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