lunes, 18 de noviembre de 2019

DLXXXIV

Si amar es posible y querer es acertado, el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte es un intervalo trágico entre magmas impensables.
La palabra “tragedia” ha perdido, hoy, sus connotaciones profundas; no pretendo usarla en un sentido negativo, sino más bien conceptualmente, como aquel estado del alma en que esta se ve forzada a decidir entre alternativas que, necesariamente, acarrearán alguna clase de mal y alguna clase de bien. Lo trágico es, precisamente, lo que hace de le ser humano une ser jurídicx y, con ello, simbólicx; y el amor es el éxtasis de la tragedia, que sólo morigera su tiniebla en el hospedaje del querer, menos trágico que dramático, en tanto ganancias o pérdidas son absolutas, pero menos trascendentes y, sobre todo, recuperables. Basta leer a Esquilo y a Eurípides para notar la diferencia (Eurípides es el último de los grandes trágicos y ya se nota en él la trancisión de la tragedia al drama, ya casi completa en Ion).
Lo trágico se anuda con lo jurídico – simbólico en el sentido de que es la puesta en acto de la vivencia de la diferencia como antagonismo constitutivo de le ser humanx: tener es renunciar a lo deseado, que se vuelve secundario en el acto mismo de la elección, que es la que define, no ya lo deseado en general, sino lo “más” deseado; por esa razón la tragedia implica la duda hirviente, terrible: ¿Y si lo “más” deseado era lo que se decidió dejar atrás?
Es imposible amar sin sufrir, porque el amor es la diferencia absoluta entre une ser y todo lo demás, perder el amor es probablemente lo más doloroso que pueda suceder, pero no perderlo por decisión ajena, sino por ausencia propia; ¿cómo sabe unx que dejó de amar? He ahí la tragedia: se decide partir y eso sólo es posible agonizando, tal como reprochaba el Coro a Agamenón, no el haber matado a su hija, sino el haberlo hecho sin dudar, sin derramar mares de lágrimas, inseguro y desnudo.
¿Es posible amar hasta ese extremo? Temo que sí y, peor, temo que lo es para mí. El problema es darse cuenta de que eso se termina, o mas bien, darse cuenta de si eso se ha terminado o no y tener que tomar una decisión antes de conocer la respuesta. En el drama, alguien gana y alguien pierde, pero contingentemente; en la tragedia, se gana y se pierde, pero lo ganado puede perderse y lo perdido ya no podrá recuperarse.

Digo el nombre
en voz alta en el espejo
en la casa en la esquina
digo el nombre que subsiste
hasta
que el nombre se desvanece
tarde o temprano
el nombre es un sonido
uno entre tantos
o el único
y si es así
si el nombre es lo que queda
como único sonido
todo se perdió
de una vez

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