miércoles, 9 de octubre de 2019

DVII

Angélica le hace honor a su nombre. Tiene dieciocho años y ya sabe todo lo que necesita, por lo que sabe que si la felicidad es imposible, más lejana se vuelve sólo con lo necesario. Nació cuando le correspondía, un mes antes de lo que le habían dicho que debía; de hecho, Angélica no debe hacer nada, porque sabe, también, que lo que se debe hacer está siempre incompleto de ellx.
A los trece años, conoció la temperatura de los cuerpos ajenos, no por amor sino por necesidad de ser como la mandarina, que deja su aroma para siempre en la piel de quien quiere conocerle el sabor. Amó, sí, pero después y no siempre con fortuna, algo en lo que, por otra parte, no cree demasiado. Supo de pieles de ellos, de ellas, de ellxs. Su madre, cansada del hastío perpetuo y la infelicidad tatuada en la garganta, había decidido que la vida era más gravosa que la pena de su hija; Angélica, que apenas tenía once, llegó a entender que nadie deja de vivir si tiene alternativas, por lo que no abrigó rencor o melancolía, sino tristeza y memoria, retenida en un pañuelo que lleva siempre atado en la muñeca. Papá había muerto más temprano todavía, pero involuntariamente, dejando como legado a la Abuela Mecha, quien la crió maleducada intencionalmente, enseñándole ante todo a ser dueña de su cuerpo hermoso y delgado, coronado en una melena negra como el carbón.
Angélica es feminista en acto, porque no es mujer, sino Angélica, alguien que no quiere ser definida por una vagina. Su mejor amiga, Érika, tampoco es mujer, pero por la razón opuesta. Fue ellx, Érika, de hecho, lx que tuvo la idea de que hicieran una persona nueva. Mecha, como no podía ser de otra forma, lloró de felicidad cuando lxs enamoradxs le dieron la noticia, un mes atrás, momentos en los que la panza de Angélica todavía no había cambiado mucho. Luis, lx otrx posible responsable del embarazo, sí es hombre, pero sólo porque no se anima todavía a ser Luis. Angélica le dijo que ya le iba a salir, que para los varones era más difícil, pero en el fondo de su corazón de colibrí siente algo de pena por él, que no tuvo Érikas hasta que lx conoció a ellx y, por eso, a veces cree que lo que dice no pasa de ser un consuelo (tanto para él como para ellx).
Empezó a estudiar Historia hasta que se dio cuenta de que sólo se leían cuentos de machos; no lx enojó, sólo lx aburrió y decidió que iba a estudiar canto y guitarra, al menos para empezar; el bajo y el piano podían esperar un poco más, igual que la trompeta, aunque de esto último dudaba cada vez que escuchaba a Miles Davis o a Chet Baker y del piano cada vez que escuchaba a Nina. Había que cantar, eso sí, porque el cuerpo de Angélica canta, no camina; y su voz... su voz es el repulgue entre la tierra y el paraíso; no puede ser el paraíso porque nadie lx entendería, excepto Érika y tal vez, sólo tal vez, Luis.
Angélica es anterior al tiempo, al menos cuando hace tres cosas: cantar, reírse y cojer. Hace tres semanas pudo hacer las tres cosas al mismo tiempo, con un varón de méritos suficientes, que se enamoró de ellx y no pudo nunca entender que ellx se hubiera enamorado de él y sin embargo no lo tratara como a un objeto. Angélica le citó a Sartre, pero él, encantador, dulce y hermoso como una higuera de febrero, era demasiado hombre como para ser libre de veras. Hace una semana se vieron y ellx le dijo que dejara de preguntarle tanto por lo que hacía cuando no estaban juntxs; lo hizo por él, no por ellx: “te ponés triste”, le dijo, “¿Qué sentido tiene?”
Hoy al mediodía fue a almorzar con Mecha, como todos los jueves, con Érika y Luis. “El día de lxs cuatrx”, decía Angélica; hasta hoy. Lloraron todxs y, si Mecha hubiera estado viva, habría llorado también.
Ahora es la noche de un día desagradable, como no puede ser de otro modo ante la burocratización de la muerte, más si es la muerte de Mecha. Érika se quedó a pedido y Luis no podía, o no quería; simplemente dijo “no puedo” y Angélica jugó a creerle.
“¿Sabés qué es lo que más me molesta, lo que me pone más triste?”, pregunta retóricamente, en voz alta, a su Érika del alma, que sólo le acaricia el pelo azabache, apoyado en su regazo, “que por bien que la pasemos, por amantes que seamos y por mucho que demos y recibamos, vamos a morirnos solxs; y eso es injusto, no lo puedo aceptar”. “¿Y por qué estás tan segurx de que te vas a morir?”, pregunta Érika; y Angélica sonríe. “Es verdad”, dice, “¿cómo se puede saber eso?”. Y se duerme, justo cuando Luis abre la puerta. “Te perdiste la pena más hermosa de todas, tonto”, le dice Érika. Y tira la cabeza para atrás en el sillón y cierra los ojos.
Mañana va a haber que salir de nuevo a derrotar al destino. Con sus amores dormidxs, Luis empieza desde ahora con un café y un pucho en el balcón. Llora un poco y piensa que sí podía. Y se promete ser más cuidadoso con algunas cosas, porque todo pasa una sola vez.

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