A los trece años, conoció la temperatura de los cuerpos ajenos, no
por amor sino por necesidad de ser como la mandarina, que deja su
aroma para siempre en la piel de quien quiere conocerle el sabor.
Amó, sí, pero después y no siempre con fortuna, algo en lo que,
por otra parte, no cree demasiado. Supo de pieles de ellos, de ellas,
de ellxs. Su madre, cansada del hastío perpetuo y la infelicidad
tatuada en la garganta, había decidido que la vida era más gravosa
que la pena de su hija; Angélica, que apenas tenía once, llegó a
entender que nadie deja de vivir si tiene alternativas, por lo que no
abrigó rencor o melancolía, sino tristeza y memoria, retenida en un
pañuelo que lleva siempre atado en la muñeca. Papá había muerto
más temprano todavía, pero involuntariamente, dejando como legado a
la Abuela Mecha, quien la crió maleducada intencionalmente,
enseñándole ante todo a ser dueña de su cuerpo hermoso y delgado,
coronado en una melena negra como el carbón.
Angélica es feminista en acto, porque no es mujer, sino Angélica,
alguien que no quiere ser definida por una vagina. Su mejor amiga,
Érika, tampoco es mujer, pero por la razón opuesta. Fue ellx,
Érika, de hecho, lx que tuvo la idea de que hicieran una persona
nueva. Mecha, como no podía ser de otra forma, lloró de felicidad
cuando lxs enamoradxs le dieron la noticia, un mes atrás, momentos
en los que la panza de Angélica todavía no había cambiado mucho.
Luis, lx otrx posible responsable del embarazo, sí es hombre, pero
sólo porque no se anima todavía a ser Luis. Angélica le dijo que
ya le iba a salir, que para los varones era más difícil, pero en el
fondo de su corazón de colibrí siente algo de pena por él, que no
tuvo Érikas hasta que lx conoció a ellx y, por eso, a veces cree
que lo que dice no pasa de ser un consuelo (tanto para él como para
ellx).
Empezó a estudiar Historia hasta que se dio cuenta de que sólo se
leían cuentos de machos; no lx enojó, sólo lx aburrió y decidió
que iba a estudiar canto y guitarra, al menos para empezar; el bajo y
el piano podían esperar un poco más, igual que la trompeta, aunque
de esto último dudaba cada vez que escuchaba a Miles Davis o a Chet
Baker y del piano cada vez que escuchaba a Nina. Había que cantar,
eso sí, porque el cuerpo de Angélica canta, no camina; y su voz...
su voz es el repulgue entre la tierra y el paraíso; no puede ser el
paraíso porque nadie lx entendería, excepto Érika y tal vez, sólo
tal vez, Luis.
Angélica es anterior al tiempo, al menos cuando hace tres cosas:
cantar, reírse y cojer. Hace tres semanas pudo hacer las tres cosas
al mismo tiempo, con un varón de méritos suficientes, que se
enamoró de ellx y no pudo nunca entender que ellx se hubiera
enamorado de él y sin embargo no lo tratara como a un objeto.
Angélica le citó a Sartre, pero él, encantador, dulce y hermoso
como una higuera de febrero, era demasiado hombre como para ser libre
de veras. Hace una semana se vieron y ellx le dijo que dejara de
preguntarle tanto por lo que hacía cuando no estaban juntxs; lo hizo
por él, no por ellx: “te ponés triste”, le dijo, “¿Qué
sentido tiene?”
Hoy al mediodía fue a almorzar con Mecha, como todos los jueves, con
Érika y Luis. “El día de lxs cuatrx”, decía Angélica; hasta
hoy. Lloraron todxs y, si Mecha hubiera estado viva, habría llorado
también.
Ahora es la noche de un día desagradable, como no puede ser de otro
modo ante la burocratización de la muerte, más si es la muerte de
Mecha. Érika se quedó a pedido y Luis no podía, o no quería;
simplemente dijo “no puedo” y Angélica jugó a creerle.
“¿Sabés qué es lo que más me molesta, lo que me pone más
triste?”, pregunta retóricamente, en voz alta, a su Érika del
alma, que sólo le acaricia el pelo azabache, apoyado en su regazo,
“que por bien que la pasemos, por amantes que seamos y por mucho
que demos y recibamos, vamos a morirnos solxs; y eso es injusto, no
lo puedo aceptar”. “¿Y por qué estás tan segurx de que te vas
a morir?”, pregunta Érika; y Angélica sonríe. “Es verdad”,
dice, “¿cómo se puede saber eso?”. Y se duerme, justo cuando
Luis abre la puerta. “Te perdiste la pena más hermosa de todas,
tonto”, le dice Érika. Y tira la cabeza para atrás en el sillón
y cierra los ojos.
Mañana va a haber que salir de nuevo a derrotar al destino. Con sus
amores dormidxs, Luis empieza desde ahora con un café y un pucho en
el balcón. Llora un poco y piensa que sí podía. Y se promete ser
más cuidadoso con algunas cosas, porque todo pasa una sola vez.
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