Lo venía siguiendo desde hacía mucho. Cabrera era bueno para eso:
sigiloso, meticuloso, invisible si quería. Era inteligencia en la
mayor parte de los trabajos, por lo que conocía el oficio. Godoy era
un tipo complicado, duro de veras; pero Ignacio no se quedaba atrás.
Tenía que ser breve, era sólo un anuncio y volver a Berazategui, a
seguir con el Tuerto. Para Ayala faltaba todavía.
Camisa Godoy se cuidaba mucho y era raro que anduviera solo, pero
tenía una mala costumbre, salir a fumar al costado del bar, saliendo
por una puerta de la cocina, la mayoría de las veces aprovechando
para mirar mensajes en el teléfono. En esos casos, no estaba con
nadie; pero Chapa sabía que adentro había más gente, por lo que ya
tenía asegurada una salida rápida. Esperó cinco minutos; Godoy era
un relojito. Cuando salió, Cabrera esperó un rato breve y salió de
atrás de un container, con la 9 en la mano con el silenciador
puesto. Godoy se dio vuelta y cuando lo vio hizo un gesto casi
automático de llevarse la mano a la espalda, pero vio el arma de
Chapa y se frenó en seco.
- Te vuelo la cabeza, Godoy, ni lo pienses – dijo Chapa –, las
manos adelante.
Godoy puso las manos a la vista.
- ¿Vos sabés que estás muerto, no, Chapita? - dijo.
- Ya me aburre un poco que me lo digan; por ahora no parece; y si
fuera por esta situación, estás más muerto vos que yo, dependés
de mí ¿no, Camisita?
Sin dejar de mirar a Camisa, Chapa sacó de atrás del pantalón un
sobre bastante grande y se lo tiró a los pies a Godoy.
- Cortito, Camisa; me debés setecientas cincuenta lucas. Mirá eso
tranquilo; yo me voy a poner en contacto con vos, antes o después de
terminar con el Tuerto y antes o después de terminar con Ayala; pero
creo que a Ayala lo voy a dejar para el final, a ese lo quiero
disfrutar más.
- Te voy a ver sufrir, Cabrera. Te voy a hacer sufrir; y si te agarra
Ayala ni te cuento. No te debo un carajo y no te voy a dar un carajo.
- Bueno, ya veremos. Por ahora, mirá bien lo que te dejé y pensá
qué vas a hacer. Andá a la pared, con las manos adelante, de
frente.
Godoy apoyó la espalda en la pared, al lado de la puerta. Mientras
se movía, dijo,
- ¿Vos sabés que media ciudad te busca, no Chapa? Es cosa de tiempo
nomás; vas a caer.
Chapa pasó a una distancia prudencial, con la mano lista para tirar,
pero Godoy no era boludo y no hizo nada.
- Y media ciudad me esconde, Camisa; ¿seguís igual de chupapija de
Ayala que creés que es Dios?
- Alguien va a cantar, boludo.
- No van a tener nada que cantar, Godoy. Soy prolijito, no hace falta
que te lo diga a vos, ¿no?
Ignacio caminó sin darle la espalda a Godoy hasta la salida del
callejón y dio vuelta a la izquierda. Godoy no lo siguió; sólo
avanzó unos pasos y se agachó para agarrar el sobre. Prendió un
pucho y llamó a Ayala, con el que habló apenas unos segundos.
Cuando terminó el cigarrillo, se metió en la cocina del bar otra
vez y pasó al salón, sin mirar el interior del sobre. Eso quedaba
para la noche. Adentro lo esperaba el malandraje y se sumó a la
charla general, haciendo como si nada pasara; pero no estaba
tranquilo.
El Chapa así de enojado podía ser un dolor de cabeza grande.
- ¡Qué olor a mierda, che! - dijo Cabrera cuando entró al sótano.
Entró con una bolsita de papel con algunas cosas para darle de comer
y tomar al Tuerto y un paquetito de papel de diario. El tuerto ni
contestó. Chapa prendió la luz, se acercó a la mesita de las
herramientas, hizo un lugar para la bolsita y desenvolvió el papel
de diario, en el que había unos clavos larguísimos y gruesos, de
los que sacó uno y lo puso al lado de la maza – mirá el asco que
estás haciendo – agregó, señalando la silla y el piso. Eran casi
las dos y media –. Disculpá la demora; saludos de Godoy.
Pelayo no le prestaba atención, sólo miraba la mesita.
- ¿Qué mirás? - preguntó Chapa - ¿Esto? - y señaló el clavo –.
Cambié de idea, te voy a dar una chance. Pensaba cortarte los dedos
de la otra mano, pero te voy a dejar una mano entera, todavía, así
que te voy a cortar la otra, pero para eso te tengo que sacar el
grillete, así que te voy a tener que clavar el brazo a la silla.
Duele un poco al principio, pero después, si no andás haciendo
fuerza, te acostumbrás. Vas a ser como Jesús.
- Chapa... - balbuceó el Tuerto.
Cabrera no lo dejó terminar.
- Pará, pará, que así no se puede estar.
Fue hacia atrás del Tuerto y se escuchó ruido de agua. El Tuerto se
sobresaltó con un chorro fuerte en la espalda, que fue bajando hasta
el asiento. Chapa fue recorriendo toda la silla alrededor y el piso,
limpiando hasta donde se podía la orina y los excrementos del
Tuerto, que no eran tantos.
- Si no vamos manteniendo y si vos seguís con esta onda, cuando
terminemos va a haber más mierda que tuerto – dijo Chapa, que
volvió para atrás y agarró un secador, con el que iba limpiando el
piso mientras manguereaba,
- Chapa, escuchame – volvió a decir el Tuerto.
- Te dije que esperaras, Tuerto. Igual, celebro que al menos vayas
cambiando el tono; por ahí vamos avanzando. Además, hay algo
puntual de lo que quiero hablar, además de lo que ya sabés; y
espero que me digas la verdad. Tené paciencia, ya charlamos.
Chapa limpió todo lo que pudo y se ocupó un rato de las heridas del
tuerto, con alcohol, desinfectante y una pomada, cambiándole las
gasas mientras el Tuerto se mordía de dolor.
- Está feo – dijo Chapa –, me parece que la mano no zafa, che,
hables o no; veremos, igual va a ser hoy.
Terminadas todas las faenas, Chapa volvió a su silla, delante del
Tuerto.
- Vos primero – dijo Chapa.
- Chapa, si no me vas a soltar, matame. No te voy a decir nada.
Chapa hizo un gesto de fastidio.
- Para eso me pedís hablar. Ya te expliqué, Tuerto, no te voy a
explicar de nuevo todo otra vez. Olvidate, no pienses en eso que te
va a hacer mal. Sacátelo de la cabeza, no va a pasar; si te vas a
morir, si ya lo decidiste, antes la vas a pasar muy, pero muy mal; y
tengo todo preparado para que no te mueras rápido; hace rato que
estoy preparando todo. Así que te aconsejo que recapacites. Todavía
tenés tiempo... y cuerpo – Chapa le dio una palmadita al Tuerto en
el costado derecho de la cara y el Tuerto la sacó, con bronca –.
Bue... vos sabrás; pero escuchá, que quiero saber otra cosa; pensé
que a esta altura lo de la guita ya iba a estar arreglado, pero ya
sabés, no depende sólo de mí. Voy al punto. Cuando estaba en cana
pasó algo que me dejó pensando bastante; de hecho, no sé cómo no
se me ocurrió antes. Lo primero que me llamó la atención, perdón
por la digresión, fue que me quisieran limpiar tantas veces –
Chapa se levantó la remera y mostró muchas cicatrices –, esta y
esta fueron a matar, pero soy chivo; igual, pasé mucho tiempo en la
enfermería, hasta que me metí en la ranchada del Paraguayo Poli y
me tuvieron que dejar de joder; pero bueno, son cosas que pasan.
Retomo. Una tarde, llamaron a visita y vi que estaba (raro que no lo
hubiera visto antes) el Chueco Villar; ahí me quedé pensando en que
la mina de Villar es amiga íntima de la mina de Godoy, pero íntima
de veras. El tema es que las dos hacen trío con la jermu de
Barrientos; son como inseparables. La noche del golpe, Barrientos
estaba en la custodia y empecé a encajar fichas y no pude dejar de
preguntarme: ¿y si sabían? Repasé lo que pasó una y otra vez y me
di cuenta de que Ayala, Godoy y vos rajaron demasiado rápido; no nos
cubrieron, quiero decir, ni a mí ni a Paco. Si ustedes nos hubieran
cubierto, casi seguro que no me habrían dado; segunda pregunta: ¿y
si Paco y yo éramos la prenda? La guita daba para cinco, pero ya
para más, tanto riesgo... ¿y si nunca pensaron en que yo iba a
cobrar? ¿Me seguís, Tuerto?
El Tuerto no dijo nada, sólo miraba el piso. Chapa lo agarró de la
pera y le levantó la cabeza y se la dio vuelta hacia él.
- Mirame cuando te hablo: ¿me seguís?
El Tuerto lo miró y Chapa se dio cuenta de lo que estaba pensando.
- Oí, Tuerto; te juro por la memoria de mi vieja que si me decís la
verdad en esto las cosas no cambian para vos; no empeoran, quiero
decir. Empeoran para Godoy y para Ayala, pero para vos, no.
- Andate a la mierda, Chapa.
Chapa lo miró fijo, casi con lástima.
- Que boludo, Tuerto...
Agarró la bolsa de la mesita y le dijo al Tuerto que le había
traído comida y bebida.
- Metete todo en el orto – dijo el Tuerto.
Chapa dejó la bolsita.
- Y yo que creí que íbamos mejor.
Se encogió de hombros y agarró de la mesa la maza y el clavo.
- Como sea, volvamos a lo nuestro; ¿dónde tenés la plata?
El Tuerto le cabeceó los instrumentos de tortura.
- Dale para adelante, pedazo de mierda – dijo.
Chapa hizo un gesto de resignación, se paró e hizo lo suyo. El
Tuerto quiso evitar dar muestras de dolor, aunque fueran las sonoras,
pero no lo pudo evitar; los quejidos se le escapaban y terminó
gritando, totalmente transpirado y con los ojos llenos de lágrimas.
El clavo fue lo menos doloroso, pero el corte de la mano fue
demasiado, a pesar de que fue hecho con bastante destreza, de un sólo
golpe, con un cuchillo de carnicero muy afilado; el tema fue después.
Antes de cortar, Chapa había hecho un torniquete y tenía una
soldadora con la que luego comenzó a cauterizar el muñón.
- Estuve mirando en Internet – le dijo Chapa al Tuerto, en un
momento – cómo se cauterizan las heridas; se suele usar anestesia,
pero no es la idea que la pases bien, ¿no? Tené en cuenta, Tuerto,
para el futuro te lo digo, que cuando termine con la otra mano paso a
los pies y eso no va con cuchillo sino con sierra; te lo aviso para
que lo vayas sabiendo. Dicen que cuando cortás el tendón de Aquiles
es feíto; pero falta para eso, antes tengo diez dedos más, veremos
en cuántas tandas.
Cuando terminó de cauterizar y hacer el vendaje, previa limpieza y
desinfección, dejó todo en la mesa.
- Si querés comer, es la última chance; si no, será hasta mañana.
El Tuerto apenas podía articular palabras; estaba ido,
prácticamente.
- Listo, como quieras. Mañana a la mañana nos vemos, entonces –
dijo Chapa, que antes de irse dejó la bolsa de comida en la
heladera, agarró un tarro que sacó del freezer en el que estaban
los cinco dedos cortados y le agregó lo que restaba de mano. Metió
el tarro en su mochila y subió la escalera –. Que descanses – se
despidió definitivamente desde arriba de todo.
Salió y cerró la entrada, después de apagar la luz.
A las diez en punto de la mañana, sonó el timbre. Ayala se
sobresaltó.
- ¿Qué mierda...?
Le dijo a uno de los tipos que estaban con él que fuera a ver y a
otro que se pusiera atrás, todo con gestos. El primero se acercó a
la puerta y miró las pantallas de las cámaras; se dio vuelta.
- Afuera del portón hay un pibe con una cajita en la mano... parece
una cajita. Acá en la puerta no hay nadie.
Ayala se paró para verificar. El timbre sonó de nuevo y desde
adentro vieron que era el pibe el que tocaba. Ayala lo cabeceó al
tipo que estaba al lado, que apretó un botón.
- ¿Quién es? - dijo.
- Tengo que entregar algo para... - el chico verificó mirando la
cajita – Ayala.
- ¿Quién sos? - insistió el hombre, desde adentro.
- Me llamo Leandro; un hombre me dijo que viniera y entregara esto.
- A ver, esperá.
Se dio vuelta y lo miró a Ayala, que estaba pensando, sin dejar de
mirar la pantalla. Se hizo un silencio. Finalmente, asintió con la
cabeza.
- Yo miro desde acá. Llévenlo a López.
- Esperá un poco, pibe – le dijo el matón a Leandro –, ahí
voy.
Salieron de la casa tres tipos, uno adelante y dos un poco
distanciados, a los costados. Ayala miraba todo desde adentro. El que
iba adelante abrió una puerta que estaba al costado del portón, que
era donde estaba el chico. Que extendió los brazos y ofreció una
caja envuelta en papel madera, que arriba decía “Ayala”. El
matón sacó medio cuerpo y miró para todos lados; no había nadie.
- ¿Quién te dio esto? - le preguntó al chico.
- No sé, no lo conozco, era un señor alto, medio negro, que me dio
quinientos pesos y me dijo esta dirección. Me dijo que sólo tenía
que entregar la caja.
- ¿Y dónde está ese señor? - preguntó el hombre.
- No sé – dijo el chico.
- El guardaespaldas agarró la caja y metió la mano adentro de la
propiedad sin mirar, donde otro de los guardaespaldas la agarró.
- ¿Me puedo ir? - preguntó Leandro.
- Sí, nene, andá... tomá, estás de suerte – dijo el hombre, que
le dio quinientos pesos más. El chico salió corriendo y dobló en
la esquina. El matón habló por el portero, después de hacer una
seña para que Ayala se diera cuenta de que le quería decir algo.
Ayala ya estaba escuchando.
- ¿Hacemos algo más? - dijo, finalmente. La voz de Ayala se escuchó
por el parlante.
- No, ¿qué van a hacer? El hijo de puta está ahí, mirando, ¿pero
vos ves algo?
- Nada. Nada de nada.
- Listo. Entren, entonces.
El hombre cerró la puerta y volvió para la casa con sus dos
acompañantes. Entraron y el que traía la caja la puso arriba de la
mesa. Todos se quedaron quietos, mirando a Ayala, que estaba en una
de las sillas de la cabecera.
- ¿Y? ¡Abranlá! - dijo el jefe.
- ¿Seguro, Ayala? ¿Y si es una bomba o algo así?
- No seás boludo, Pancho, no es una bomba; si Chapa me quisiera
matar ya lo habría tratado de hacer, pero de otra manera. Abrila, yo
sé lo que es.
Pancho desenvolvió la caja y la abrió, sacó el frasco con formol
que estaba adentro, en el que estaban la mano y los dedos sueltos del
Tuerto. Nadie se mosqueó demasiado; habían visto cosas peores que
esa. En el frasco, pegada, una etiqueta decía “Saludos de Pelayo.
El Chapa”. Se quedaron todos en silencio, esperando algún gesto de
Ayala, o alguna orden, o algo. El jefe sólo sacó los cigarrillos
del bolsillo, sin sacar los ojos del frasco y prendió uno. Uno de
los tipos que lo acompañaban le puso un cenicero enfrente, a mano.
Ayala fumaba, daba vueltas el frasco y pensaba. Finalmente, se apoyó
en el respaldo de la silla y largó un “joe puta”, pero para sí.
- Fijate si dejé el teléfono en el sillón – le preguntó a
Méndez, que era el que le había alcanzado el Cenicero.
Méndez fue al sillón y vio el teléfono sobre la mesa ratona. Lo
agarró y se lo dio a Ayala, que lo miró y dijo
- No, no este, el otro, el blanco.
Méndez volvió a mirar y no lo encontró. Los demás se sumaron y
Pancho lo vio en la biblioteca, lo agarró y se lo pasó al jefe, que
lo agarró y marcó. Esperó un rato y cortó. “Boludo”, dijo
para sí. Pensó un rato y marcó de nuevo. Al rato alguien le
contestó.
- ¿Cuco? - dijo Ayala.
- ¿Qué querés, Ayala? - Respondió Cuco.
- Decime qué querés a cambio del Chapa.
- No sé de qué me hablás, Ayala. Ya el atrevido de Godoy anduvo
jodiendo a la gente mía preguntando por él. No tengo la más puta
idea de dónde está; y si supiera, no te lo diría.
- No me jodas, Cuco; decí qué querés, es personal, así que es
caro; y lo pago.
- Ya te dije todo lo que te tenía que decir, Ayala. Vos decile a
Godoy que se deje de romper las bolas, ¿ta? Si no, voy a pensar que
me estás espiando. Sé del Chapa lo que saben todos y nadie lo vio,
o nadie dice, que es lo mismo.
- Ta bien – contestó Ayala, ofuscado –; sólo sabé que tiene
precio alto y lo voy a hacer saber. Alguien lo va a ver y se va a
quedar con el premio. Sólo te aviso.
- Si Chapa sigue siendo Chapa, no va a ser tan fácil; y con Godoy
boqueando por ahí, menos. Vos lo cagaste, Ayala, como hacés con
todo el mundo. Bancatelá. Y te repito: decile a Godoy que se la voy
a mandar a poner.
- Godoy no es mi hijo y no te llamé para pedirte consejo, Cuco, sólo
te ofrecí un negocio.
- No estoy interesado, Ayala – Terminó Cuco y cortó.
Ayala refunfuñó, agarró el teléfono y volvió a marcar el primer
número, lo atendió Godoy.
- ¿Qué hacés, pa? - dijo.
- Escuchá, pelotudo. Estás haciendo bardo y lo único que vas a
conseguir es que se esconda cada vez más o que nadie lo quiera
entregar. Te dije que anduvieras de queruza y media ciudad ya sabe
que lo andás buscando; ¿qué mierda hacés hablando con la gente de
Cuco?
- Pará, pará, pa, bajame el tono, que no soy hijo tuyo, ¿tamo?
Ando hablando con la gente de Cuco porque sé que si no lo cuida
alguien cercano, lo cuida él mismo; y no es gilada, es dato de B,
Ayala, que no tira cualquier cosa.
- ¿Hablaste con B? ¿Me jodés, Godoy? ¿En serio? ¿Vos querés que
te mande a buscar a vos, en vez de al Chapa? ¡Dejá a la yuta
afuera, la concha de tu madre! ¿Te estás merqueando otra vez?
- ¿Qué carajo te pasa, pa? ¿Estás mal por algo? ¡No te la
agarrés conmigo, pa! ¡Decí si querés algo más o llamame cuando
tengas algo que decirme!
Se hizo un silencio.
- Venite – dijo Ayala, finalmente, en tono conciliador –, tenemos
que hablar cara a cara. Yo no salgo hoy, así que pasá cuando
quieras.
- Daaale... nos vemos, pa; hora, hora y media – dijo Godoy y cortó.
Ayala dejó el teléfono arriba de la mesa y volvió a decir para sí,
“joe puta, Chapa y la que te parió”. Finalmente, les dijo a los
tres tipos que estaban con él,
- Y ustedes ya saben: el que me pone la cabeza de ese hijo de puta en
la mesa, se lleva la torta; que se sepa.
Prendió otro cigarrillo.
- Déjenme solo – dijo, despidiendo a la guardia; y se quedó
mirando la ventana –. Cómo vas a sufrir cuando te agarre, Cabrera
– y mirando el frasco agregó – y vos aguantá, Tuerto, aguantá.
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