- Dame dos días – dijo el Tuerto.
Ignacio se quedó callado, paró con la mano a un mozo que pasaba y
le pidió una ginebra. El mozo miró al Tuerto como buscando
aprobación y el Tuerto lo apuró.
- ¿Qué mirás? ¿No escuchaste? ¡Traele al amigo una ginebra,
doble!
El mozo siguió de largo.
- Dos días – murmuró Ignacio –, dos días; ¿y para qué querés
dos días?
- Es que ahora no tengo, Cabrera; pero en dos días consigo todo, te
lo juro.
Ignacio tamborileó con los dedos sobre la mesa de fórmica y pensó
un rato. En el medio, el mozo le trajo el pedido.
- No me cierra – dijo, después de un rato –; ¿cómo la vas a
conseguir en dos días? Y además, ¿por qué no la tenés? Era la
mía. Si no la tenés ahora, o te la afanaste vos o te la afanó
alguien; y pasado mañana no la vas a tener tampoco.
- No, sí, sí – respondió el Tuerto enseguida –, es sólo mover
dos o tres tipos.
Ignacio se bajó la ginebra de una vez, se paró y empezó a irse.
Dio unos pasos y volvió sobre sí.
- Dos días no son tres, Tuerto, ¿estamos?
El Tuerto Pelayo asintió.
- Dos días – repitió Ignacio –. Pasado mañana vengo, calculá
a esta hora.
Pelayo se quedó quieto, viéndolo salir.
Dos días.
Ignacio y el Tuerto se habían conocido veintidós años antes,
cuando el Tuerto era nada más que Pelayo. Los había juntado Ayala
para hacer un laburo en una financiera, arriesgado pero de buena
guita. Lo organizaron casi cuatro meses, junto con el Gordo Paco y
Camisa Godoy, un dúo de fama bien ganada después de un asalto a un
blindado. Ignacio era el Chapa, porque el viejo era chapista y él lo
ayudaba en el taller, hasta que se cortó solo.
El trabajo había salido bien, con el detalle de que en la escapada a
Pelayo le entró un tiro desde atrás, por la sien derecha, que le
salió por el ojo, con el ojo. La plata que repartieron daba para
desaparecer un buen rato y nunca los agarraron a todos. El asalto
salió en todos los diarios y Ayala terminó cayendo, pero fue el
único. Nunca dijo nada, como marcan las reglas. Se comió nueve años
y cuando salió fue a buscar la suya, que estaba guardada por Paco y
Godoy. En el transcurso, el Gordo Paco, Godoy, el Tuerto e Ignacio
habían hecho algunos laburos grandes, de los cuales le guardaron una
parte al preso, como correspondía. En el medio, se sumó a la banda
el Pacha Sierra, pero le dieron un tiro en un asalto y cayó en cana.
Apareció suicidado al poco tiempo, porque en el trabajo habían
matado a dos policías y eso no se deja pasar. Además, ya tenía un
historial largo y terminó en Ezeiza, donde había más de uno que se
la tenía jurada, porque era un bicho malo, que había dejado en
banda a varios y se rumoreó siempre, aunque nunca se pudo probar,
que en una boqueteada había cantado un par de apellidos, cosa que
él, obviamente, siempre negó y, para ser justos, no era muy
probable, por torcido que fuera.
Con Ayala afuera, ya sólo se dedicaron a golpes grandes, los medios
hablaban de la “superbanda de Ayala”, por lo que estaban calados
hasta la manija; pero a esa altura se trabaja con la cana o no se
trabaja. Casi no había Comisaría de zona sur con la que no tuvieran
algún arreglo.
En enero del 98 cayó el dato de una operación trucha de mucha guita
en Lanús, que trajo Godoy por una fuente en la cana; pero era un
trabajo complicado, porque había política de por medio y en general
esas cosas se hacen con mucha custodia. La pensaron bastante, sobre
todo Ayala, que no estaba para nada convencido. El tema era cuándo.
En el acto no podía ser, eso estaba descartado. Eran cinco contra
por lo menos nueve o diez, todos pesados. O era antes, a la gente del
intendente, o era después, a los que la recibían. Lo primero tenía
el inconveniente de que iban a un enfrentamiento con canas y, si caía
alguno, nadie los iba a bancar, más allá de que los canas que se
ocupan de esas cosas son todos tipos muy pesados y que además se dan
cuenta rápido de lo que viene. Si optaban por la segunda opción,
estaban choreando a una banda de respeto, lo que no se aconsejaba.
- Lo hacemos antes – dijo Ayala, en un momento –, arriesguemos.
Había que tener una buena logística. Paco, que fue el que apareció
con el dato, tenía que averiguar el recorrido de la guita hasta el
punto de encuentro, algo difícil, pero posible; por lo general, se
barajan opciones y se elige la más probable; si no sale, hay que
tener alternativas. Necesitaban tres autos, en principio; de eso se
ocupaba Ignacio. Uno para seguir la guita e ir cantando, otro para
interceptar y otro para rajar. Las armas las ponía Camisa y de la
cana se ocupaba Ayala. El Tuerto iba a ser el chofer, como siempre.
Estaba decidido y el tiempo alcanzaba, pero hasta ahí; había que
planear rápido. Cada uno se dedicó a lo suyo; el Tuerto recorrió
la zona una y otra vez hasta conocer de memoria todos los caminos,
tanto para llegar como para escaparse. Tenía, además, que elegir
muy bien dónde iba a dejar el auto del cambiazo, que fue lo primero
que identificó. Chapa consiguió los autos rápido, que guardaron en
un galpón, por las dudas de que tuvieran pedido de secuestro. En el
Focus iban los cuatro que interceptaban y lo manejaba el Tuerto, el
Clío era el que seguía, manejado por Camisa y el del raje era un
Vento.
Tres días antes ya estaba todo arreglado, aunque lo repasaban una y
otra vez. Paco consiguió una información importante, que era el
punto exacto de salida de la guita. El dato había sido caro, pero
era fundamental; igualmente, era tanta plata que valía la pena.
- Acordate, Camisa – dijo Ayala –, si ves que el coche empieza a
hacer algo raro, va a ser porque te junaron; no te voy a decir, ya
tenés experiencia, pero si pasa, paramos todo al toque; ¿tenemos
algún teléfono de alguno? Con uno alcanza, hacemos seguimiento por
ahí y vos podés ir más lejos y acercarte al final; ¿Tenemos?
- Yo por ahí consigo, pero ese dato me lo van a cobrar una bocha –
dijo Paco.
- ¿Ya se confirmó quiénes son la custodia de Suárez? - preguntó
Ayala a Paco.
- Raimundi y Barrientos, seguro; y casi es fija que Kostisky –
contestó el Gordo.
- Es una cagada si va el ruso – dijo Chapa.
Godoy se metió.
- Más o menos, peor si va Bustos.
- Bueno, bueno, che; ya está – cerró Ayala –, vaya quien vaya
va a ser complicado, sólo quería tener una idea. Si va el ruso,
seguro que maneja él; igual me extraña que vayan tres... ¿eso es
un hecho?
Nadie contestó.
Gordo: si son más de tres la cagada es tuya, ¿Eh?
- Van a ser tres, más Suárez, obvio – dijo Paco.
Ayala levantó los dos brazos.
- Bue... listo. Ya no nos vemos ni hablamos hasta el día. En el
galpón a las seis.
En un rato, el lugar se vació y ya no se encontraron hasta el
miércoles
El trabajo fue, además de un éxito, una conmoción nacional. Todos
hicieron a la perfección lo que tenían que hacer y el auto siguió
la ruta más imaginada Hubo tiros, pero no muertos; la custodia quedó
reducida y en poco tiempo Ayala tenía el bolso con la guita. Él
volvía en el Focus con Godoy y el Tuerto, Paco volvía en el Clío
con Chapa. Ya con el bolso, los primeros tres corrieron al Focus y
salieron arando, mientras Paco e Ignacio rajaron al Clío; pero ahí
cometieron un error: dieron la espalda demasiado tiempo. El “Ruso”
Kostisky se abalanzó sobre un arma y les empezó a tirar; el Gordo
llegó al auto, pero a Chapa un tiro de Barrientos le dio arriba de
la rodilla y otro en la espalda, a la altura del hombro derecho. Paco
dudó y Chapa le gritó, “¡Rajá, boludo! ¿No vez que no llego?
¡Olvidate, rajá!”. Paco salió arando, mientras el Ruso le tiraba
y Barrientos corría hacia Chapa, apuntándole; un tiro del ruso
destrozó la luneta del Clío. No pudieron seguir a los autos, porque
la llave del de ellos estaba en medio de la maleza, en un baldío al
que la había tirado el Tuerto. Pero se quedaron con algo: el Chapa,
que ya había tirado el arma y tenía las dos manos en la nuca y
resollaba, por las heridas. Le dieron una buena biaba, como para
sacarse la bronca, al parecer, pero Barrientos los paró; “tiene
que estar entero para hablar”, dijo. Los demás sonrieron. Todos
sabían que Ayala estaba atrás de todo, pero había que probarlo. Lo
único que tenían era la palabra de Chapa, es decir, nada. Las armas
ya no existían y los tres autos se quemaron en lugares diferentes,
habían usado pasamontañas y tenían coartadas.
A Chapa le dieron con todo, pero no hubo caso, nunca abrió la boca.
Le ofrecieron de todo y todo lo rechazó. La cárcel no iba a ser muy
larga, a lo sumo ocho o nueve años, porque no había habido nadie
muerto; además, con la gente de Ayala no se metía nadie y menos con
el Chapa, respetado en el ambiente, así que era cuestión de
aguantar. Lo esperaban dos palos afuera, cuando le tocara salir, más
lo que le hubieran guardado de algún otro golpe. No se equivocó;
fueron ocho años y le dieron la condicional. Cuando salió, le llamó
la atención que nadie lo hubiera ido a buscar, eso sí.
Estuvo un par de meses guardado y haciéndose el boludo, para no
marcar a nadie. Pasados más o menos dos meses y medio fue a lo del
Tuerto, que era el responsable de su plata, de acuerdo a lo
establecido. El “pasá la semana que viene” de la primera visita
ya lo puso en alerta:
- ¿Por? - preguntó.
- No voy a tener todo eso acá – contestó el Tuerto –. Tranca,
está en un Fijo que vence el martes; pasá el miércoles temprano.
Chapa no hizo gestos ni dijo nada, excepto la palabra “miércoles”,
apuntándole con el índice al Tuerto, que le hizo de eco. Y llegó
el miércoles y el Tuerto se había equivocado de semana, que era la
otra, que qué boludo, que perdoname. Chapa, para no armar quilombo,
ni siquiera pedía ver el banking para ver si lo estaban verseando.
Así pasaron los días, demasiados, hasta que se dio la charla final,
de dos días de plazo.
El Tuerto no era precisamente una luminaria, pero sabía
perfectamente que si el jueves no tenía la guita, estaba en el
horno. Lo mandó a vigilar los dos días por dos matones que
laburaban con él y lo mantenían al tanto de sus movimientos. habló
con Ayala y con Godoy y se reunieron un par de veces (Paco había
caído en un allanamiento al que se resistió). Lo concreto era que
habían dividido por cuatro; lo habían cagado, en otras palabras. Si
el Tuerto no respondía, Ayala y Godoy eran los que seguían. La
decisión la explicitó Ayala: había que darlo de baja el jueves,
cuando fuera a buscar la plata. No iba a ser difícil.
El jueves a la mañana, la guardia no reportó movimientos; tampoco
al mediodía o a la noche. Raro. El tema era que Chapa sabía que lo
seguían y tenía a los dos gorilas parados enfrente de un lugar que
no era donde paraba, al que para llegar tenía que hacer unas
piruetas insólitas por los techos y las medianeras, De hecho, Chapa
no apareció en el negocio, los guardias dijeron que no salió de la
casa en todo el día. El Tuerto les pidió a otros dos que lo
acompañaran esa noche a su casa, pero no se cruzaron con nadie y la
casa del Tuerto estaba vacía. Los dejó en la puerta, por las dudas.
Cenó, miró un poco la tele, habló con Ayala, que le dijo que ya
iba a aparecer y se fue a dormir.
Se despertó por un golpe de agua en la cara, totalmente aturdido,
como dopado. Le costó mucho entender la situación. Estaba en un
sótano, eso era claro. Al lado de la silla en la que estaba, había
una mesita con herramientas. La silla era de metal y estaba abulonada
al piso, tenía los pies engrillados a las patas y los brazos a a los
brazos, más allá de las muñecas: casi no podía mover las manos,
lo que era, puntualmente, la idea. El Chapa estaba apoyado en una
mesa de madera, mirándolo en silencio, mientras comía un turrón.
- Podés gritar todo lo que quieras, Tuerto – dijo Cabrera –. Te
lo aviso ahora por las dudas. No te va a escuchar nadie.
- Estás muerto, Chapa – dijo el Tuerto.
- No parece. Muertos están los dos gorilas que me pusiste en la
puerta y los dos que pusiste en la puerta de tu casa; esos sí están
muertos. A propósito de eso: bastante boludos los tipos que elegís
para que te cuiden, Tuerto; indignos de vos; pero yo, por ahora,
parezco bastante vivo, ¿no?
- Ayer tenía tu guita, pelotudo – el Tuerto hervía de furia –,
en el negocio.
- Lo que tenías ayer en el negocio era una banda de culeados que me
la iban a poner, lo sabés vos, lo sé yo, lo sabe Ayala; a propósito
¿le mandaste saludos de mi parte?
- Escuchá, Cabrera, no seas gil, en serio te digo; soltame ahora y
esto no pasó, vos sabés que tarde o temprano me van a encontrar y
la vas a pasar feo. No seas boludo y largame.
Cabrera ni le contestó. Fue hasta otra mesa del cuarto, llena de
herramientas y agarró una silla; de pasada, tiró el envoltorio del
turrón en un tachito y se lo terminó. Puso la silla delante del
Tuerto, al revés y se sentó apoyando las dos manos en el respaldo;
le hizo al Tuerto un gesto de que esperara un poco, para terminar de
tragar. Finalmente y con mucha tranquilidad, habló.
- Te digo cómo van a ser las cosas – dijo –. Yo te voy a
preguntar siempre lo mismo, que ya sabés qué es: dónde está la
mía. Sé que hicieron tres laburos grandes mientras estaba adentro y
que Paco ya fue. Me calculé un poco de cada uno de esos. Lo del
laburo mío eran dos palos trescientos. Digamos que con tres palos
estamos bien. Entonces, para no perderme, la pregunta es dónde está
mi guita. Se puede resolver rápido y sin ninguna clase de
sufrimiento o se puede hacer largo, lo que no te conviene. Para que
sea corto, tenés dos opciones: la primera es decirme que me cagaron
y se la fumaron; si es así, hablás con Ayala y con Godoy (los
medios te los facilito yo, no te preocupes), les explicás la
situación, me consiguen los tres palos y te vas cuando ya tenga la
guita, o te saco, mejor dicho; la segunda es que me digas dónde está
o quién la tiene, la voy a buscar y cuando la tenga, te saco. Ojo
acá, porque si me pasa algo cuando la voy a buscar, vos te morís
sentado en esa silla, porque acá no te va a encontrar nadie, nunca.
Se va a hacer largo si me boludeás. Cuanto más me pelotudees, más
largo y doloroso se hace. Te pongo un ejemplo: me cantás un dato
falso, voy y vuelvo y te corto dos dedos y te vuelvo a preguntar y
vos, que no entendiste, me volvés a huevear, dos dedos menos; y así.
Mirá que tengo mucho para cortar y algunas cosas duelen una
barbaridad, como la nariz, por ejemplo, que duele más que los
huevos. Así que elegí. Cada cosa que salga mal, hay menos Tuerto;
¿dudas?
- Chapa, escuchá bien – contestó el Tuerto amenazante –; creo
que tenés claro que esto te va a salir mal. Te estoy dando una
chance, agarrala. Me largás y se olvida todo, eso te lo garantizo,
palabra. Pero después de esto, si no lo parás ahora, se te viene la
noche. No seas gil.
Chapa lo miró un rato largo, como pensando qué hacer. Finalmente
habló.
- Tuerto, querido, no estás para amenazar a nadie. Lo que me pase,
me pasará – Ignacio se dio vuelta y agarró un papel –. Mirá
acá: es un número de cuenta, con CBU y CUIT y todo lo que hace
falta. Cuando los tres palos estén ahí, vos te vas de acá. O
cuando la tenga en la mano. Te aviso que me estoy empezando a poner
un poco nervioso, así que decime algo que me calme. Algo que me
calmaría un poco sería que me dijeras la verdad: qué pasó con mi
plata.
El Tuerto se mordió los labios, pensó un poco. Finalmente le dijo a
Chapa
- La plata no está, ya lo sabés.
- Bien, eso es algo; y sí, ya lo sabía, si hubiera estado, ya la
tendría. Explicame por qué no está.
- Ayala te dio por muerto. En la tele se decía que estabas en
intensiva y estuviste con pronóstico reservado mucho tiempo. Decidió
repartir en cuatro. Te juro que Godoy y yo le dijimos que no, que
esperara, pero él quería la guita y Paco igual. Además Paco vio
cómo te dieron y estaba convencido de que no salías. Después se
supo que habías sobrevivido y Godoy y yo insistimos, pero Ayala se
negó. Cuando saliste, Ayala te mandó seguir; te quería boletear,
pero desapareciste, hasta que viniste al negocio.
- Bien. Vas bien. Igual no me cierra que si Godoy y vos querían
separar mi parte, no la hubieran separado al menos de la de ustedes;
hoy tendría por lo menos la mitad y el problema sería nada más que
de Godoy y Ayala. Muchas ganas de dejarme la mía no tenían, quiero
decir, vos y Godoy.
El Tuerto no respondió; tampoco tenía mucho que decir.
- Vamos por partes, entonces – siguió Cabrera –; decime en
principio dónde consigo la parte mía que te tocaba a vos. Serían
setecientos cincuenta. Yo sé que la tenés, tengo mis fuentes,
también. Si la tenés en el banco, dame los datos de la cuenta, o la
tarjeta y yo me voy pasando la plata hasta llegar al número; y ahí
pasamos a los demás. Si la tenés en la caja fuerte, me decís la
combinación y la busco. Te aviso, eso sí, que si tenés mas de tres
palos, sea donde sea, me quedo con los tres míos y después vos
verás cómo te arreglás con el resto de los pícaros.
El Tuerto volvió a cambiar el gesto.
- Mirá Chapa, no vas a durar tres días afuera. Olvidate. Aunque te
la lleves toda, te van a seguir y vas a caer. Dejame ir y yo te
garantizo que nunca más te va a joder nadie. Ahora estás hasta las
manos, creeme.
Chapa dio un bufido y bajó la cabeza, negando una y otra vez.
Finalmente dijo
- Qué boludo que sos, Tuerto.
Acto seguido, acercó la mesita con las herramientas y agarró una
tijera de jardinero.
- ¡Pará, Chapa, pará! ¡No seas boludo, Chapa! ¡Me llegás a
tocar y no hay vuelta atrás, lo sabés!
Chapa ni se mosqueó.
- ¿Sos zurdo o diestro? - preguntó.
- Chapa... estás en el borde; estás a tiempo – casi rogó el
Tuerto.
Cabrera agarró la mano derecha del Tuerto, que gritó
- ¡Soy diestro, soy diestro!
- ¿Nada más?
El Tuerto lo miró con odio.
Chapa agarró entonces la mano izquierda y el Tuerto cerró el puño
bien fuerte. Chapa dejó la tijera y agarró una maza.
- Abrí la mano o te rompo todos los huesos y la abro yo. Duele
mucho, te aviso.
- Chapa, Chapa.
Cabrera calzó la maza y cuando el mazazo se venía el Tuerto abrió
la mano.
- Estás muerto, hijo de puta – dijo.
Chapa agarró de nuevo la tijera, agarró el pulgar del Tuerto y de
un sólo apretón lo cortó a la altura del último nudillo. El ruido
del hueso fue escalofriante, pero lo tapó el grito del Tuerto, al
igual que cuando se quedó sin índice. Ignacio tiró los dos dedos
en un tachito, mientras el Tuerto se retorcía todo lo que podía y
lo insultaba. Chapa agarró una botella de alcohol y se lo roció en
las heridas al Tuerto. Después le puso un desinfectante, una pomada
y lo vendó. Se paró, fue hasta la escalera y se preparó para
subir.
- Mañana la seguimos, Tuerto. Tomate la noche para pensar – cerró
Chapa.
Apagó la luz y se fue, subiendo la escalera, sin prestar atención a
los gritos del Tuerto, que se quejaba de dolor, amenazaba e
insultaba.
A la mañana siguiente, Chapa llegó al lugar con un bolso, que dejó
en un rincón. Eran cerca de las diez. El Tuerto lo empezó a
insultar, exigiéndole que lo dejara ir, que se olvidaba de lo de los
dedos, pero que era la última vez que se lo decía; si avanzaba, ya
no había vuelta atrás. Ignacio ni se inmutó, al contrario, se lo
notaba más alegre.
- Tuviste suerte, Tuerto; el boludo de Paco dejó un montón de guita
en la casa, ahí me la traje – dijo, señalando el bolso con la
cabeza –, igual no alcanza. Fue jodido, estaba el hijo grande y lo
tuve que reducir, pero empezó a los gritos así que bue, vos sabés,
tenía que buscar rápido, antes de que llegara la Negra. Los vine
marcando hace rato y son medio relojito; no sé qué hacía el grande
ahí, que ni vive en la casa. Ya salí en la tele de nuevo y Ayala
también; ah... saliste vos, con el nabo ese de C5N que ni me acuerdo
el nombre. Igual quedate tranquilo que salimos como referencia, como
que el muerto era hijo de Paco, que era de nuestra banda; la policía
agarró unos dealers que andaban con el hijo y les cargan el fiambre
por cuestiones de guita.
Vio el Tuerto tenía los dorsos de las manos lastimados; se ve que
había estado tratando de zafarse, pero no era posible.
- ¿Estuviste haciendo quilombo? - preguntó Chapa, señalándole las
manos y sentándose en la silla del día anterior -, Bueno,
¿seguimos?
- Escuchá, hijo de puta – dijo el Tuerto, furioso –, ¿querés
la guita? Te voy a dar la guita. Pero el orden es así: primero me
soltás y después hablamos de plata.
- Tuerto, ya te expliqué como es el orden: tengo la guita y vos te
vas; el tema es si te vas más o menos entero o si lo que sale es un
tronquito. Te di una posibilidad: decime si vos tenés la guita, en
una cuenta o en el negocio o en tu casa, no me importa, de cualquiera
de las tres formas la voy a conseguir. Es temprano, por ahí te vas
hoy, quién dice.
El Tuerto le largó un gargajo en la cara a Cabrera, que se tiró
para atrás medio asqueado, limpiándose con el dorso de la mano.
- ...que te parió – dijo, bajito y se paró a buscar un papel para
limpiarse,
- Me querés matar, puto de mierda, matame; no me vas a sacar nada
hasta que no me largués de acá.
- ¿Y para qué me sirve matarte? Si te mato tengo que encarar a
Godoy y Ayala, que, convengamos, son más pesados que vos. No me
conviene. Además, cuando terminemos, porque en algún momento vamos
a terminar, vas a ser una cosa, Tuerto; ¿No entendés eso? Te voy a
hacer sufrir mucho y te voy a dejar vivo, deseando que alguno se
apiade y te pegue un tiro – Chapa se volvió a sentar enfrente del
Tuerto –. Ya me conocés, Tuerto, la vas a pasar muy mal; no seas
estúpido. Además la cuenta total bajó, ya tengo como un palo, así
que si tenés dos, te vas a negociar con Ayala y Godoy. Si tenés
setecientos cincuenta, me los agarro y me encargo de lo segundo. Pero
eso mínimo me tenés que dar, ¿me oís?
- Te busca todo el mundo, Chapa; nadie te va a dar una mano si saben
que Ayala está atrás tuyo; y Ayala está atrás tuyo. No vas a
dormir más en tu puta vida y lo sabés.
- Ay, Tuerto y la puta que te parió. Cortala y decime algo que me
importe. Parecés el novio de Ayala. Todo lo que me dijiste ya lo sé
y me estoy preparando desde bastante antes de aparecer; no te creas
que todos le tienen a Ayala el mismo miedo que le tenés vos; y
cuando tenga la guita no me van a encontrar nunca más; ya tengo todo
arreglado; ¿que me puedo morir? Sí, me puedo morir; pero eso para
vos sería una cagada. Pensá que podés pasar mucho tiempo
agonizando acá abajo. A propósito: ¿tenés sed? Debés tener;
avisame, ¿eh? Hay para comer y para tomar.
El Tuerto pidió agua. Chapa fue a la heladera y sacó una botellita
de esas tipo Sport y le dio para tomar al preso, hasta que se la
bajó.
- Estabas cagado de sed, che; me hubieras dicho.
- Me estoy cagando – dijo el Tuerto.
- Yo sé que te vas a calentar, pero con tantas cosas, no pensé en
eso; va a ser un incordio, para vos y para mí, pero vas a tener que
cagar y mear así. Mirá, más razones para no estirarla.
- ¡Cómo te voy a ver sufrir, pedazo de mierda! - dijo el Tuerto.
Chapa lo miró un rato, como decepcionado. Negó con la cabeza.
- Qué boludo resultaste, Tuerto – dijo, casi con pena.
Agarró la tijera de podar de la mesa y fue a agarrar la mano
izquierda del Tuerto, que lo frenó en seco.
- ¡Pará, pará!
Chapa dejó la tijera en la mesa.
- Conseguime un teléfono y hablo con Ayala – casi rogó el Tuerto.
- Sos de manual, Tuertito. Querés tiempo. Me lo esperaba.
Cabrera sacó un teléfono de un saco.
- No se puede rastrear, te aviso, así que no la alargues al pedo.
Andá al punto. Lo pongo en altavoz, pero hablás vos.
Chapa le pidió que le cantara el número al que quería llamar y
marcó, pero no contestó nadie.
- No va a atender si le sale privado o no conoce el número – dijo
el Tuerto.
- Esperá, entonces.
Chapa miró el número y escribió un mensaje: “Soy el Tuerto,
atendeme, es urgente”. Lo mandó. Esperó un poco y llamó de
nuevo, poniendo el teléfono cerca del Tuerto. Del otro lado, la voz
inconfundible de Ayala respondió.
- ¿Dónde mierda estás, Tuerto?
- Estoy con Chapa, me tiene encerrado en un sótano. Escuchame, por
favor – respondió el Tuerto.
Empezó a contarle la situación, con lujo de detalles, incluyendo la
muerte del hijo de Paco.
- ¿Está escuchando? - preguntó Ayala.
El Tuerto lo miró a Chapa buscando aprobación. Cabrera asintió.
- Sí, está escuchando.
- Chapa, la puta que te parió, decime que querés, hablá conmigo;
no sé para que mierda lo hacés hablar al Tuerto.
- Si hablo con vos va a ser cara a cara y en otros términos. No voy
a decir más nada. Hablá con el Tuerto y arreglen entre ustedes el
quilombo que armaron.
El Chapa apoyó el teléfono en las piernas del Tuerto y agarró un
lápiz y un papel, en el que escribió “Dos palos. Hoy”. El
Tuerto transmitió el mensaje.
- ¿Tomaste algo, Chapa? ¿Dos palos? ¿De dónde saco dos palos para
hoy?
Chapa lo miró al Tuerto y le cabeceó.
- No te va a contestar. Hablame a mí.
- ¡Qué pelotudez todo esto! - dijo Ayala – Bue... decile que de
dónde mierda saco dos palos para hoy y preguntale por qué carajo le
voy a dar yo dos palos. Si quiere mi parte, que la venga a buscar.
Eso decile. Vos hacé lo que quieras; si le querés dar tu parte, se
la das; yo no lo voy a hacer.
Desde su lado del teléfono, Ayala escuchó una súplica, un “pará,
pará” y un ruido horrible de hueso roto, seguido de un grito del
Turco y una puteada.
- ¡Ayala, este hijo de puta me va a cortar en pedacitos! ¡Me cortó
otro dedo! ¡Ay, la concha de la lora! ¡Por favor, Ayala, yo me
arreglo con vos, vos sabés que sí, me conocés, pero por favor
sacame de acá!
- Turco, ya te dije: tu parte es tu parte, la mía es la mía. No le
voy a dar dos palos. Si tenés lo que te pide, dáselo y que después
me venga a buscar, si se la banca; ¿Escuchaste Chapa, hijo de puta?
Sí, sé que escuchaste; a ver si tenés huevos, pedazo de sorete.
Lamento, Turco; arreglá lo tuyo, que podés y yo arreglo lo mío. No
hay más que decir.
El teléfono se cortó.
- ¡Ayala, Ayala! - gritó el Turco, sin respuesta.
Chapa agarró el teléfono, cortó y lo fue a dejar al saco. Volvió
a su silla.
- Bueno, parece que en esta estás solo. Ya son las doce; tenés
tiempo. Decime dónde está mi guita, la encuentro y te vas. Ayala
dijo que podés; te mandó al frente, digamos. Ya no tenés mucha
elección.
- Oíme, Chapa; está bien, lo tengo, te lo puedo conseguir, pero ni
puedo para hoy ni puedo si estoy encerrado. Si no me largás, no va a
haber manera... ¡Pará, pará! ¡No, la puta madre, pará!
Volaron los últimos dos dedos del Tuerto. Alcohol, desinfectante,
pomada, venda.
- Vuelvo a las dos – dijo Chapa –, pensá bien qué me vas a
decir cuando vuelva.
- ¡No puedo, no puedo, Chapa! ¡Por favor! ¡Te juro por mis hijos
que la vas a tener! ¡Chapa, Chapa, la puta madre, Chapa!
No hubo caso, el Chapa ya estaba cerrando la entrada al sótano.
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