lunes, 14 de octubre de 2019

DXIV

Hoy viene Ricardo a cenar. Candela y Jerónimo preparan cada uno sus especialidades, frugales, sólo para tres, pero esmeradas. Ella se ocupó de hacer una tarta de almendras para el café y él ya terminó el flan para el postre; ahora, Candela trabaja en dos bowls, uno para la ensalada capresse y el otro para unas gambas al ajillo picantes. Jerónimo tiene en el horno unas tarteletas de queso roquefort con panceta y queso crema, gratinándose, mientras arma una picada chiquita pero variada, con unas berenjenas al escabeche que él mismo hizo hace ya un par de meses y guardó en un frasco enorme.
Ricardo viene seguido y es siempre un acontecimiento; se conocen con Jerónimo desde quinto grado y con Candela desde que se puso de novia con Jero, a los veintidós de ella y los veinticuatro de él. Pasaron bastante más de treinta años desde entonces y lxs hijxs de Ricardo y de Candela y Jerónimo ya no viven con ellxs. Hasta hace cuatro años, los encuentros eran de cuatro, pero la separación de Ricardo y Alicia achicó la mesa. Jerónimo le dijo una vez a Candela que por más pena que le diera, era inevitable; hasta llegó a decir que demoraron demasiado, arruinando la oportunidad de una separación sin recuerdos tan dolorosos como algunos que tuvieron que cargar.
Jerónimo está particularmente animado. Pasó un tiempo relativamente largo entre la última visita y esta, más que el acostumbrado. Mira el horno y suena el portero, en simultáneo con la comprobada finalización de la cocción de sus manjares. Candela le pide que baje, así termina las gambas y sirven todo junto. Él apaga el horno, agarra las llaves y baja, para volver con Ricky un par de minutos después, que saluda a Candela con ternura.
Lo que sigue es lo habitual: comentarios superficiales sobre la cena por venir, halagos al vino que trajo el invitado, algún comentario sobre fútbol y un par de anécdotas irrelevantes o noticias sobre lxs hijxs, todo mientras se va llenando la mesa con los platos.
A Ricardo le salió, finalmente, el cargo de Investigador Principal del CONICET; lo supo anteayer y no dijo nada para guardarlo como sorpresa para la noche del encuentro. Le dice a Jerónimo que va a dejar dos cargos en Exactas, que de hecho hace rato no cobra y le pregunta si le interesan; Jerónimo le agradece, pero ni los necesita ni le parecen temas sobre los cuales pueda tirarse a la pileta. Candela trata de convencerlo, pero no puede; si fueran materias de química lo pensaría, pero para las matemáticas se tiene que poner demasiado al día. Con la Exclusiva y la Semi, las dos como titular con más de 25 de antigüedad, está fenómeno.
La noche avanza en charlas repetidas, pero siempre agradables. Mucho sobre música, cine y teatro, más aún sobre política y un buen tiempo para recuerdos, de los que hay demasiados. Pasa la cena, pasa el postre y mientras Candela prepara los cafés, Ricardo y Jero quedan juntos un rato en el balcón. Ricardo le comenta sobre lo bien que lo ve y sobre lo bien que la ve a Candela y, sobre todo, sobre lo bien que se lxs ve a lxs dos. Jerónimo le dice que es un día especial, que tenía muchas ganas de verlo y que tenía algo que contarle que le iba a encantar, pero lo estaba guardando como sorpresa para el final. “Candela tampoco sabe”, le confiesa, aumentando la curiosidad. Ricardo nota algo extraño: a Jerónimo le sangra la nariz; no mucho, pero lo suficiente como para hacérselo notar; Jerónimo se toca y mira los dedos con sangre; “voy al baño, ya vengo”, dice y desaparece por un rato. Ricardo entra detrás de él y le comenta sobre el asunto a Candela, que va para el baño, golpea despacio y pregunta, “¿Estás bien, amor?”. “Sí, sí, no es nada, ahí voy”. Candela vuelve al living y al rato aparece Jerónimo, con un pedacito chiquito de algodón en la nariz.
- ¿Qué pasó? - pregunta Candela.
- Nada, nada; es una tontería que ya se pasa en un ratito, vas a ver – contesta Jerónimo.
Finalmente, terminada la cena y los postres, se arma la mesa del café, con la tarta y una botellita de cognac, además de los cafecitos a gusto de cada uno. Ricardo agradece la noche, cuenta sobre lo bien que la pasó, como siempre y le pide a Jerónimo que cuente sus buenas nuevas.
- ¿Qué buenas nuevas? - pregunta Cande.
- Es secreto, o era; no sé, me acabo de enterar que tenemos noticias de último momento – dice Ricardo.
Ambos miran a Jerónimo, expectantes. Jero se acomoda en la silla, traga un pedacito de tarta y hace un fondo blanco con la copita de champagne, primero y con el ristretto, después.
- Tengo cáncer – dice.
Hace una pausa para ver la cara de su público, que devuelve sólo una parálisis un tanto ridícula, que le causa gracia, al punto de no poder contener una risita pequeña.
- Voy a tener que apurarme – sigue – porque se suponía que la nariz me sangrara recién dentro de media hora, pero se ve que, o le erré a la cantidad o la mezcla estuvo mal calculada; igual no se preocupen, que sólo mi tarteleta venía con sorpresa, las de ustedes estaban bien.
- Jero... - interrumpió Candela, con los ojos llenos de lágrimas; pero Jerónimo la paró en seco con la palma de la mano.
- No, Cande, pará, que tengo poco tiempo y mucho para decir, por favor. Lo primero que quiero que sepan es que no les guardo rencor, a ningunx de lxs dos, pero le di vueltas y vueltas y no me quería morir sin que supieran que sabía – Jerónimo hizo una pausa –; bueno, tal vez un poco de rencor sí, si no no estaría haciendo esto; pero creo que es más por la pena que por otra cosa, porque fue creciendo, ¿saben? Y ahora, que me quedan meses de vida tolerable, con suerte, y que todavía estoy bien, me parece el momento adecuado para todo. No quiero dar vueltas: yo sé que son amantes hace mucho, pero mucho. No me enteré desde el principio, pero digamos que hace un tiempo lindo; y fue de pura casualidad. Cuando me dijeron que tenía un tumor, Justo Naty estaba empezando la carrera y Nico terminaba el secundario y... es un poco cursí, pero éramos tan felices – Jerónimo hizo una pausa para servirse un poco de cognac y se tocó el estómago, que le empezaba a molestar –... Me tenía que hacer un montón de estudios, además, para saber qué era, realmente. Una tarde, saliendo del consultorio, los vi salir de un hotel, en la calle Anchorena, a eso de las cuatro de la tarde. Primero pensé que me equivocaba, pero salieron justo para mi lado y yo me metí como adentro del edificio y los vi ahí, a dos o tres metros, pidiendo por favor que no me vieran, porque no iba a saber qué hacer. Esa noche, además, llegaste a casa radiante, con ganas de cojer y la pasamos fenómeno, aunque vos me preguntaste un par de veces qué me pasaba... ni te vas a acordar. No importa, además, es irrelevante – se bajó el cognac de una vez –. El tema fue que obviamente la imagen me taladraba la cabeza y yo disimulaba; e hice algo que no debía, por lo que les pido disculpas, pero tenía que saber: los mandé seguir, unos meses. Descubrí que era una cosa seria, que se veían por lo menos tres veces por semana. Digamos, además, que no podía acusarlos de haberme engañado, porque yo había hecho lo mismo.
- Jerónimo... - volvió a tratar de interrumpir Cande.
- ¡Te dije que me dejes hablar! ¡No hay tiempo! - contestó Jerónimo, ofuscado por primera vez.
Ella le señaló la cara, “los ojos”, le dijo. Jerónimo se pasó la mano por los ojos y vio que tenía sangre.
- Ta madre – dijo, y mirándolos, completó –, más razón para que me dejen terminar.
- Hay que llamar a un médico – dijo ella.
- Candela, te lo pido por favor, no me interrumpas más. No hay médico ni nadie que pueda hacer algo, no queda tiempo y no va a doler casi nada; basta, dejame terminar... ¿Dónde iba? ¡Ah! Los seguí. Bueno, a partir de ahí empecé a mirarte el teléfono, pero borrabas todo, así que no pude ver nada, salvo una vez, que prefiero dejar pasar, porque fue feo. Busqué cartas, algo; no encontré nada. Pero nos seguíamos viendo, los cuatro, hasta que se separaron vos y Alicia – le dijo a Ricardo – y después los tres. Una vez, hace ya unos años, varios, quedamos solos en la cocina Alicia y yo; no sabía muy bien qué hacer, estaba muy triste y a la vez no te podía culpar de nada, o sí... qué sé yo; era tu vida, me di cuenta de pedo... no importa. El tema es que quedamos con Alicia y yo le dije que quería decirle algo; ella me preguntó qué pasaba y yo empecé a darle vueltas, hasta que ella me miró (no me voy a olvidar nunca del gesto que hizo) y me dijo “siguen, ¿no?”. Yo me quedé duro, imagínense – Jerónimo tosió y escupió un poco de sangre; “ta madre”, dijo de nuevo, casi en un susurro –. Le pregunté a qué se refería y me contó todo; ella sabía, ya desde hacía doce años; ¡Doce años! No pudimos hablar mucho, pero en ese ratito me dijo que ya se había acostumbrado, que no se preocupaba más, que era cosa de ustedes y me dijo que hiciera lo mismo; “¿Ustedes no están bien?”, me preguntó. Yo le dije que sí, pero le conté lo del tumor y se puso muy mal; me dijo que no podía no decirte. Yo le expliqué que todavía no sabía si era serio o no y ahí cortamos la charla, porque apareciste vos, Cande. Le di vueltas y vueltas y decidí que iba a tratar de hacer lo que me había dicho Alicia; y me salió, con el tiempo se me fue pasando el enojo, aunque a veces sentía pena. Cosa rara, Alicia no se lo bancó, al final; la verdadera razón de la separación fue esa, Ricky, no te lo dijo porque yo le pedí, le dije que no quería que vos supieras, Cande. De hecho, en un momento me preguntó por qué no hacíamos lo mismo, ella y yo; dijo que por ahí nos hacía bien; pero vos sabés como era Alicia, no sé si me lo dijo en serio o no y además yo no quería; estúpidamente todavía sentía que era una traición muy grande a los dos...
Jero se agarró la panza y Candela se acercó para tratar de ayudarlo, pero él la sacó de mala manera y simplemente se recostó un poco más.
- Así estoy bien, dejame. Tengo que ir terminando. Hace dos años me dieron el diagnóstico definitivo, no había caso; entonces empecé a inventar Congresos y cosas así, porque a veces tenía que tomarme una semana para que no te dieras cuenta. Vos veías que yo estaba muy flaco y me decías que fuera al médico, ¿te acordás? Pero después mejoraba un tiempo y creo que en el fondo a vos lo que te importaba era que yo me fuera, para tener más tiempo con Ricardo, que ahora estaba solo, encima.
Candela lloraba, Ricardo parecía una estatua y Jerónimo empezó a lagrimear también. Ya entre sollozos y con la voz cada vez más apagada, terminó.
- Hace tres meses me dijeron que no me quedaba mucho tiempo, pero lo que más me asustó fue que no me dieron casi nada de esperanzas de un final que no fuera traumático; me dijeron que de calidad de vida me quedaban a lo sumo dos o tres meses. Tardé unos días en tomar la decisión, sólo porque quería hablar con amigos y amigas para confirmar y todos y todas me dijeron lo mismo. Pensé y pensé en todas las alternativas, hasta que me decidí por esta, que era la menos dolorosa y no había vuelta atrás, una vez que empezaba. Lo iba a hacer una noche antes de dormir, para no despertarme; pero no pude, no pude resistirme a decírselos antes de morirme. Sé que no está bien, pero entenderán que no fue fácil para mí, nada de todo esto. Yo te amo, Cande; y a vos, Ricky... sos como mi hermano; pero ¿y yo? Hay tantos tipos, tantas minas; ¿tenían que ser ustedes? Me di cuenta de que me quería hacer el duro, pero sufría y negaba que sufría y a la vez no soportaba la idea de perderlos. Por suerte, apareció el cáncer. Era un rato más, que se alargó demasiado.
Jerónimo se volvió a tomar la panza y se recostó del todo.
- Ahora van a poder estar juntos sin necesidad de esconderse; eso es bueno, ¿no? - dijo casi en un suspiro.
- Jero... - dijo Candela, ya definitivamente desconsolada.
Jerónimo la paró con la palma de la mano, pero en un gesto muy suave.
- Shhh... - dijo -, sólo compensame sin hablar un rato, por favor; creo que me porté bien, dentro de todo, ¿no? En el cajón de mi mesita de luz hay un sobre con una nota - siguió, en tono apenas audible – es una nota de puño y letra, donde los desligo de toda responsabilidad, porque pueden tener problemas. Ahora sólo hagan silencio, ¿puede ser?; No digan nada.
Lo único que rompía el silencio era el llanto de Candela. Jerónimo cerró los ojos y convulsionó un poco, pero suavemente, hasta que dio un suspiro profundo y quedó inmóvil. Ricardo se secó las lágrimas y trató de abrazar a Candela, que lo rechazó. Ella se arrodilló frente al sillón y abrazó a Jerónimo, diciendo su nombre, en vano; y prorrumpió definitivamente en un llanto desconsolado, pidiéndole disculpas a nadie.
La carta, efectivamente, los hizo zafar a los dos, que nunca volvieron a verse.

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