viernes, 20 de diciembre de 2019

DCLIII

Hay una pared y hay el mundo
y hay la ventana encandilada de negro
ensordecida de aleteos de aves como fiebres
y abajo afuera
en eso que de mundo tiene el ser rebozado
hay el grito prestado de la niña que corre
y la música intratable del náufrago
que rompe con el codo el espesor del tiempo

Hay una pared hay una puerta
hay dos lienzos a medio terminar regocijados de sol
sólo porque no hubo suficiente
y el maíz los asombra como a hormigas arrojadas
porque de los ojos les llueven sonrisas verdes
y se les hacen hoyos en las mejillas
cuando los acaricia la voz del río anochecido
o el viento fresco y pagano que pasa

Y hay una pared sin ventanas sin puertas
que guarda el corazón del niño inconcebible
porque no quiere batallas más allá de las suyas
corazón arrancado al ligustro de la bicicleta
viejo para amores y perdones hirientes
y en esa pared se cuelan como el agua los ojos
y las voces y los acantilados
porque las piedras van perdiendo su rudeza infalible
y el amor es demasiado necesario
para no abrir el hueco que invite a las espaldas
y a las bocas los ojos los olores a ella
y la ciudad se cierra como una carta
que va a llegar a algún sitio
y eso es ya demasiado

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