Se abrió una grieta infame entre el vientre y el resto, lo que quedó
de esa mañana en la que no hubo luna, porque nada había para
iluminar que valiera la pena. Nacieron el amor y el espanto, pero no
para unir lo que por defecto debe separarse, sino para abrir la
brecha más extensa posible entre dos deseos que no iban a
encontrarse más, sino esporádicamente.
Fue el sur, la casa sur de lxs ancestrxs irreparables, todxs ellxs,
hechxs de barro y ceniza y mentiras de las que no se vuelve sino ya
derrotadx. Sólo uno entre todxs cabría mencionarse, pero si no
había sutura entre el vientre y su residuo menos la habría entre
dos residuos de desamores genealógicos, por lo que su historia
volverá al olvido así como se fue a la memoria, sólo para causar
pena y llantos crepusculares de los que nunca sería testigo.
Pero el vientre es más álgido que el tiempo, no importa cuán largo
sea. Si es difícil deshacerse de un amor que parecía destinado a la
eternidad, ¿cómo desamar al vientre que fue casa de terciopelo en
el otoño más dulce?
Más tarde fueron los exiliados y más tarde el veneno, cuando no era
tarde todavía para zurcir el abrazo que cerrara el ciclo; pero pasó
la vida cortada con la mano y el abrazo demoró demasiado, o al menos
lo suficiente para que el veneno lo hiciera imposible. Fue tarde
allí, entonces, no la noche de rabia que cualquiera conoce, cuando
se decretó que no había remiendos para el surco basto. Porque el
veneno reclamaba que lo residual se comportara como tal y ante la
trágica verdad de que el olvidado era, quedó el exilio de la
exiliada. No hay peor verdugo que una víctima en rolde victimario y
me consta: ella, arrancada de todo, arrancó el residuo de su vientre
de su hogar otro.
Y fue el alcohol y la muerte siempre incipiente; y fue la mujer
plástica que quiso demasiado y luego la fortuna de una sirena que
dio de su vientre frutos dulces como las brevas y no restos. Y fueron
entonces los hijos y las noches largas tan plenas de amor que no
cabía en el mundo más que un beso único, plural, interminable.
Pero fue también el residuo, que no sabe de amores y volvió la
pesadilla del no ser vaporoso, raído por la lepra de sus ojos
infectados de melancolía y rabia, que simplemente rompió lo que
quedaba de humano en el mundo, sólo por tragar. Tragar deseos,
primero, lo cual está prohibido; no se debe desear porque el deseo
duele. Luego, tragar mercachifles con afán de inquisidores que
blandieron la brutalidad más feroz. Y tragar luego lo único, lo
único que no se debía de ninguna manera.
Fueron, entonces, la villanía, el secreto, el desprecio y la
crueldad más dura; el residuo fue verdugo y ya se ha dicho qué pasa
cuando eso sucede.
Hoy ya no es. Pienso a veces que sí, que hay la vida; pero la vida
sólo espera y yo no tengo nada para darle, porque el amor requiere
demasiada valentía y, sobre todo, un vientre del que abdicar en
juegos, pero ahí, numerable, contable, amable.
Se abrió la grieta infame y hoy ya carece de topografía. Es
extraño, porque todo, todo está al tiro de una mirada a los ojos;
pero ya dije, no hay que desear nada, porque el dolor mata. Yo sé de
eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario