domingo, 29 de diciembre de 2019

DCLXXI

Se abrió una grieta infame entre el vientre y el resto, lo que quedó de esa mañana en la que no hubo luna, porque nada había para iluminar que valiera la pena. Nacieron el amor y el espanto, pero no para unir lo que por defecto debe separarse, sino para abrir la brecha más extensa posible entre dos deseos que no iban a encontrarse más, sino esporádicamente.
Fue el sur, la casa sur de lxs ancestrxs irreparables, todxs ellxs, hechxs de barro y ceniza y mentiras de las que no se vuelve sino ya derrotadx. Sólo uno entre todxs cabría mencionarse, pero si no había sutura entre el vientre y su residuo menos la habría entre dos residuos de desamores genealógicos, por lo que su historia volverá al olvido así como se fue a la memoria, sólo para causar pena y llantos crepusculares de los que nunca sería testigo.
Pero el vientre es más álgido que el tiempo, no importa cuán largo sea. Si es difícil deshacerse de un amor que parecía destinado a la eternidad, ¿cómo desamar al vientre que fue casa de terciopelo en el otoño más dulce?
Más tarde fueron los exiliados y más tarde el veneno, cuando no era tarde todavía para zurcir el abrazo que cerrara el ciclo; pero pasó la vida cortada con la mano y el abrazo demoró demasiado, o al menos lo suficiente para que el veneno lo hiciera imposible. Fue tarde allí, entonces, no la noche de rabia que cualquiera conoce, cuando se decretó que no había remiendos para el surco basto. Porque el veneno reclamaba que lo residual se comportara como tal y ante la trágica verdad de que el olvidado era, quedó el exilio de la exiliada. No hay peor verdugo que una víctima en rolde victimario y me consta: ella, arrancada de todo, arrancó el residuo de su vientre de su hogar otro.
Y fue el alcohol y la muerte siempre incipiente; y fue la mujer plástica que quiso demasiado y luego la fortuna de una sirena que dio de su vientre frutos dulces como las brevas y no restos. Y fueron entonces los hijos y las noches largas tan plenas de amor que no cabía en el mundo más que un beso único, plural, interminable.
Pero fue también el residuo, que no sabe de amores y volvió la pesadilla del no ser vaporoso, raído por la lepra de sus ojos infectados de melancolía y rabia, que simplemente rompió lo que quedaba de humano en el mundo, sólo por tragar. Tragar deseos, primero, lo cual está prohibido; no se debe desear porque el deseo duele. Luego, tragar mercachifles con afán de inquisidores que blandieron la brutalidad más feroz. Y tragar luego lo único, lo único que no se debía de ninguna manera.
Fueron, entonces, la villanía, el secreto, el desprecio y la crueldad más dura; el residuo fue verdugo y ya se ha dicho qué pasa cuando eso sucede.
Hoy ya no es. Pienso a veces que sí, que hay la vida; pero la vida sólo espera y yo no tengo nada para darle, porque el amor requiere demasiada valentía y, sobre todo, un vientre del que abdicar en juegos, pero ahí, numerable, contable, amable.
Se abrió la grieta infame y hoy ya carece de topografía. Es extraño, porque todo, todo está al tiro de una mirada a los ojos; pero ya dije, no hay que desear nada, porque el dolor mata. Yo sé de eso.

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