sábado, 14 de diciembre de 2019

DCXXXVIII

Tuve que ver morir a la sirena
se acurrucó en mis brazos adolescentes
y ya no estuvo
yo
era tan pequeño como un colibrí
pero ya sabía que las lágrimas eran negras
y las guarde hasta un otoño
en el que su aliento último me mordió las tripas
y no pude
jugar a la sequedad del cerro
impávido y quieto como una araña

Ella
era una pluma flotando en su cama vieja
parecía que la brisa la soplaba desde la ventana
abuela
no había otra palabra que decirle
me senté al lado y le acaricié las mejillas
pero ya
ya sabía que era inexorable
no sé como sabía o sí
sabía como se sabe el silencio del último náufrago
y entonces ese otoño
en el que la paloma se murió en mi mano
la palabra se hizo pluma real
abuela moría
ya muerta una vez
y así
lloré los años que le debía
la vida que me prestó
para que no llevara la otra la que dolía

Hoy
moriría sólo para ver si es cierto
que hay otro lado
que hay Ella en un lugar de almendra
esperándome

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