sábado, 14 de diciembre de 2019

DCXXXIX

No hay mi lugar en esta caja de penurias
hay a lo sumo un sitio repetido que me deja quedarme
siempre frente a la ventana siempre abierta y probable
con los dedos callosos de recogerte el alma
y las piernas clamando correr a tu resguardo estéril
escribiendo tanto para decir nada
que el pecho me lacera me quema me enloquece

¿Cuántos años tarda un sauce para acariciar el río?
¿Cuántas vidas sin nombre pueden soportarse?
No hay los hijos ni los zorzales del fuentón lejano
solo está Yo pidiendo una muerte decente y digna
como echarse una siesta que dure primaveras y mareas
para dejar sitio al mundo que tiene que pasar
hinchado de la gente que vale lo que ocupa

No hay la madre ni el padre ni el amor ni el deseo
no hay la lluvia lavando las hojas de la serranía
no hay el futuro no hay el pasado y entonces hay nada
no hay el recipiente de unas piernas carmesí
no hay la boca que bese ni la mano que cure
no hay haber ni desconsuelo del lagarto intrépido
no hay

¿Qué océano imposible fabricó tantas lágrimas?
¿Cómo es que todavía no morí en la sequedad vacía?
¿Dónde estás, consuelo de mis segundos, escondidx?
¿No ves que ya no quepo en mis ojos de vidrio?
¿Por qué grito su nombre pidiendo perdones
que no llegarán nunca sino cuando sean espinas?
¿Dónde estás, mariposa, jazmín, brisa, tijereta blanca?
¿Por qué no hay ni vestigios de una paz pequeña?

¿Qué habrá pensado Dios cuando me dio la sangre
y me alzó pestilente y viejo y descarnado?
Hay no haber, no tener, no ser para nadie un arroyo
ni siquiera me quedan los hombros del orfebre
para pedirle que no me baje nunca, que no quiero el piso
sino irme con él a ver crecer auroras boreales
sólo para que recuerde que el color existe.

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