domingo, 23 de junio de 2019

CCLXXII

¿Qué puedo hacer si el viento para, o llega el frío al pozo húmedo de las estrellas diurnas?
¿Cómo se viste al temporal futuro si la ventisca de hoy está desnuda y se me escapa?
¿Cómo, si el mar es un espejismo de las penas primitivas, puede alguien desear algo más que despertarse infeliz?
¿A qué Dios se le piden dos días de silencio si vaciarla un segundo de la boca es el horror más crudo?
¿No es inexorable que el hijo muera, el propio, el impensable cadáver que pide besos a la noche?
¿Para qué hacer algo, entonces? ¿Para qué restituir la sonrisa como caricia a nadie, a todos que son nada?
No caigo de nuevo en esa trampa. Ya fui feliz algunas veces y el precio es la miseria.
No vuelvo deĺ jardín del abuelo. Nunca, nunca más me voy de ahí.
Sepa el invierno que no estoy más. Sepan la niñera inválida y mortificada y la hebra preciosa de los infortunios que me quedo en ese enero interminable.
La vida se va a ir, eso es sólo un consuelo. Pero no me dejo arrancar mi Cerezo, al menos.

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