viernes, 14 de junio de 2019

CCXLVIII

De espaldas a la tierra seca de la ladera un niño rumia el tallo fresco del silencio
cuenta nubes de a pares y dibuja pinos y caballos y aguaciles
el cielo apenas tibio se le hace piel de la tarde
Y el sol roza los codos y arruga las pupilas y los labios

Sólo se mueve para renovar la hierba tierna
y le tuerce la cintura el vaivén del pasto irregular y húmedo

Lejos, cada tanto, pasan pájaros migrantes en dirección a la casa vieja
Él se aquieta en espera del chirrido inminente
o de la voz del viejo que puede interrumpir las horas

Nada sucede

En el surco de la boca se dibujan pesares arremetidos
porque ella, la única, va a llegar un día para desatar la tormenta

Ella
innata y reluciente como el pico nevado de abril
no es siquiera una idea
pero ya desde el inicio de la vida brilla entre los cuerpos pálidos

Él
ya la espera desde su sur pequeño
sabe que cuando llegue no habrá silencio ni hierba ni cielos templados
pero en la vida inútil y desvariada que lo espera no habrá más que su mejilla humedecida
y nada parecerá lo suficientemente hermoso como para merecerla

Llueve
y ella sabe que valió una vida
aun ignorando que su altura sería el obstáculo invencible
y él sabe que la muerte no es lo más triste
sino ella, magnífica como el sol que ya no quema
inalcanzable

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