viernes, 14 de junio de 2019

CCXLIX

Llevo la palabra como el mundo a cuestas
y el silencio como instinto de defensa
porque hablar es morir en otro
abandonarse al extravío de la clemencia
para no decir nada

Aprendí a callar en octubre
mes de desmemorias y naufragios
cuando la niña del mar se alzó en armas
y tendió para siempre mi tristeza
como puente invisible hacia su pena

Y ya no la quise
o al menos eso desearía creer
porque amar fantasmas es temer la vida
con un toque sutil de desesperanza
que presagia infortunios inexorables

Mi madre me tejió en telar con lana seca
era inevitable que me ajara pronto
y hasta una caricia me rasgaba de cuajo
sobre todo la suya
siempre inseparable de la espera eterna

Y el día llegó
la espera se hizo furia destemplada
ante mi mudez desafiante y temeraria
y conocí el desprecio y la vergüenza
y la desgracia de no ser en ningún sitio

Hoy no hay nada que pueda nombrarme
no sé siquiera si hay verbo que me quepa
soy el durmiente perdido y fermentado
el fulgor imposible del amor perdido
el escribiente afónico de un abandono

¿Cuánto cabe de mí en la tarde incipiente
que no sobre a la noche
cuando el insomnio ataque y me revele?
Ya no hay nada que hacer con palabras
lo que queda es llorar
hasta que tiemble la tierra
y surja algún milagro de una grieta furtiva

No hay comentarios:

Publicar un comentario