domingo, 2 de junio de 2019

CCXXXVII

¿En cuanto tiempo maduran las penas que nacieron en un verano de guindos y ranas y frutillas? ¿Cuántos amores hay que abandonar para que el cuero se lustre y se interrumpa el espasmo de la vista exhausta?
Hubo un enero de olvidos que se llevó un arroyo hacia el origen del tiempo. Un enero insólito de padres y piel desvergonzada y fría. El muelle de madera se incrustaba en la risa y volvíamos todos a la orilla empedrada, para empezar de nuevo.
No era yo, todavía, el que nadaba en el lago hasta el atardecer. Yo vine después, cuando el enero fugaz había borrado su huella.
En ese patio viejo se quedó la risa inocente y desmedida. Se murieron padres y madres y nació la memoria, que de todo hace lágrimas.
Yo nací más tarde que mi vida, ya desarraigado de porvenires.
Y no tuve tiempo para hacer las paces con el sol tardío del sur, porfiado y desmedido como el eclipse de luna que me dejó de compañía.
Ahora sólo queda el tiempo que no hubo.
Y la distancia.
Y las nubes.
Y a veces los hijos, tan lacerantes y perdidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario