viernes, 12 de julio de 2019

CCCIX

El asunto era que no sumará siete; o que no fuera un número primo que terminara en siete (ya era todo un milagro aceptar un número primo). Gerardo aborrecia del siete, porque no tenía regla. No podía concebir la idea de un número sin regla, o al menos le fastidiaba tener que hacer la cuenta cada vez, por fácil que le resultara, que era mucho. Es decir: empezó con los números, que eran su mundo real; pero se empezó a complicar cuando empezó a dudar acerca de si entrar o no a una casa cuya numeración fuera 133, por ejemplo; o a pagar algo que costara 47 pesos (aunque eso se solucionara dejando el cambio).
De todos modos, la complicación verdadera apareció cuando el problema de la regla se volvió más importante que el problema de los números. Ya no se trataba de sumar, sino de clasificar, lo cual era por lo general sencillo (de más está decir que Gerardo abrazaba al Positivismo Científico como a una religión). Y fue en ese trance que apareció el Pibe. Al principio lo llamaba Daniel, pero era más que obvio que el nombre era profesional; y no le preguntó nunca el verdadero, convencido de que no habría de decirlo, o al menos no de un modo en que fuera razonable suponer que no mentía.
El problema no fue el Pibe. Tampoco era un problema que le gustara un hombre. Todo eso se podía explicar, regularizar, hasta el comportamiento  (sólo aparentemente) anárquico del muchacho, hermoso como una frutilla recién sacada de la planta. El inconveniente empezó a ser su propio comportamiento, el de Gerardo.
Desde un punto de vista teórico, el amor era relativamente sencillo, o al menos eso creía. Podía decirse a sí mismo que hasta los sentimientos y pensamientos más contradictorios eran legislables, con algo de esfuerzo. Pero; ¿por qué se encontraba a sí mismo con el teléfono en la mano, sin habérselo propuesto, por ejemplo? ¿por qué caminaba hacia el balcón a mirar para abajo? ¿por qué lloraba?
El problema empezó a ser el cuerpo de Gerardo. No lo que pensaba, no lo que sentía y ni siquiera lo que "hacía". En realidad, esto último era el gran enigma: ¿cómo podía el cuerpo de Gerardo hacer algo que Gerardo no estaba haciendo?
La idea atroz fue la que dio inicio a la trama de su futuro: ¿y si no hubiera una regla del cuerpo? La idea era inaceptable. Puede decirse, al menos, que no aceptar esa posibilidad fue lo que devino en la tragedia que ya todxs conocen. Si sólo hubiera sido más benévolo al leer a Spinoza... Pero Gerardo y Spinoza no eran, lamentablemente, el uno para el otro.

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