sábado, 13 de julio de 2019

CCCXI

La alegría se reduce a acelerar lo suficiente como para concretar la hazaña de no caer del otro lado del ligustro en la curva, o matarse de risa ante el fracaso, propio o ajeno. O a subirse en los hombros del abuelo para descubrir a Perón en la tapa de Billiken con un chocolate y un paquete de pastillas al lado. O a ver en primer plano, dos veces, la mollera del hijo asomando a la vida y llevarlo a lavar y mirarlo como se miraría el paraíso, si existiera.
Todo desvío del instante conduce al naufragio. Pero es inútil intentar siquiera deshacerse de la eternidad sin morir de la forma más abyecta: no muriendo. No hay muchas opciones; se sufre o se muere. Y sufrir es el único atajo hacia el amor, que por más vueltas que se le dé al asunto es lo único que importa. El artificio de quedar estático en la bifurcación es una dramatización patética de la vida. Lo mediocre se nombra en esa encrucijada.
Voy a amar hasta que el dolor sea intolerable. Quiero llorar a gritos encerrado en un baño, o en la mesa de la cocina. Quiero ser despreciado, ignorado, consolado con quereres  y aprecios que llenan de vidrio molido el sendero que sólo se cruza de rodillas. No voy a querer más a nadie: sólo voy a amar. Hasta que se descoyunte la vida y se quede afónico Dios. Que duela todo, que sangre la tierra, que granicen abrojos sobre la espalda. Basta de belleza. Basta de amabilidades cordiales de saco y corbata.
¿Quién le devuelve a la memoria cada minuto desvivido en prudencias aterradas? ¿Cuánto menos que el olvido y el asco vale un día agradable?
Ya no quiero más. Amo o desprecio. Ya no quiero ser un buen administrador de la llanura interminable de la simpatía inmunda de los buenos tipos. Si el castigo es la soledad, puedo con ella. La aprendí de memoria, desde que salí de la concha de la que se dijo mi madre y le conozco las señas. Y sé qué no es eterna, porque la muerte llega, por desgaste o mano propia.
No soy bello. No soy valiente. No valgo lo que quiero ni lo que creo. No soy amado ni quiero ser comprendido. A quien no le duelen sus hijos no vale una mirada, porque el amor es eso: finitud sabida de lo más hermoso; y no hay dolor más grande que ese.
¿Ya caíste del otro lado del ligustro? Andá rápido, antes de que no esté más.

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