lunes, 15 de julio de 2019

CCCXVI

Habrá que hacer justicia a la palabra "madre", en función de que la palabra "padre" empezó a obstinarse en una lejanía geográfica que sería paralela a su dejadez en el beso. Tal vez amó. Tal vez, a su modo, me amó, al menos por un tiempo.
Los episodios con el hombre miedo eran como postas que permitían avanzar y caían en el olvido con la misma velocidad. Pero una tarde corrí cuesta abajo en un parque y fue bello. La palabra "madre" estaba ahí y eso tiene su mérito. Fue el preludio de una serie de espejismos porfiados del ir. Yo ya no iba nunca a ninguna parte. De la nada a la nada. Pero no puedo ignorar que tuve tiempo para hazañas portentosas: manejar un tractor, voltear la vaca, reír de los ojos empetrolados de Víctor, el riguroso capataz incapaz de cuidar de sí mismo. Hasta conté la carga del camión de gas y anoté el número en una planilla, poco después de desaguijonar a una avispa que hubiera dado pánico a cualquiera.
Pero estaba ella, hechicera indigna, robándole sonrisas a cada descubrimiento feliz, como la planta de menta del alumbrado. La palabra "hermano" rondaba por la casa devorando insectos y, como no podía ser de otro modo, era culpa mía.
Y al rato había que regresar a la nada más acogedora de la ciudad peatonal. Acogedora sobre todo por la bicicleta y el fútbol interminable. Y por la sirena. Y, volviendo al principio, por el amor al menos aparente de la palabra "madre", para quien, por lo menos por un tiempo, no había tantas diferencias entre la palabra "hermano"  (la otra, la que rompía las maquetas) y yo.
Fue exactamente por esos años que apareció el ángel en mi vida. Ángel hasta en el blanco perpetuo de su ropa de maestro. Le debo el folklore y el primer humor sin temores. Él era testigo de mis carreras virtuosos al mando del cohete que llevaba adentro a la palabra "hermano", que se reía a carcajadas en las encrucijadas.
La vida tenía todavía algunos colores estampados que llamaban al sueño en forma cariñosa. La soledad no dolía tanto. Pero yo me rompía secretamente, a veces a propósito, para poder ser infeliz en un futuro que no estaba tan lejos.
Amar, ya por entonces, era un peligro.

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