jueves, 18 de julio de 2019

CCCXXVII

Ella, escorzo del invierno en su plenitud de abrazo, resuello de una primavera que cría esperanzas insólitas, usa los ojos como balas para derruir el escollo que detiene la pena.
Lo sabe. Sabe que es ella el campo en el que se siembra mi impotencia de viejo pájaro sin trino ni colores. Pero igual se escapa como si fuera posible para mí ser dulce y convencerla de restarle unos ratos a la soledad agria de la vida mísera.
Ella lee. Lee y sabe. Lee, sabe y corre. Y soy tan poco capaz de algo, que lo único que pienso es que es una pena verla irse, sólo porque de espaldas sus labios no existen.

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