viernes, 19 de julio de 2019

CCCXXXII

El arroyo está librado al capricho del pedregal
cualquiera sabe que sentarse al lado del agua
con las puntas de los pies entumecidas
y las plantas heridas de canto rodado y piedra volcánica
es como lactar el oxígeno con la espalda
y dejar la respiración en suspenso hasta subir al auto

La única condición es dejar ahí la vida plácida
algo parecido al clamor del patio frutado del abuelo
pero sin abuelo ni mermelada de guinda
sólo por entrega al estrago del silencio
pero no cualquier silencio sino el restado del viento
el que no admite ni el movimiento de la cabeza rubia y sola
que frota el pedregullo bajo los pies

Frente al arroyo está el raulí de los pobres diablos
y si fuera posible habría que salvarlo ahora
pero no se cruza el arroyo sin violar el pacto con el agua
así que resta quedarse quieto y atestiguar
el futuro volverá a esa orilla una y otra vez a llenar la memoria de sapos
que quede intacto entonces el árbol haste que le llegue el día 
y que se cueza en miseria el padre que llama
él nunca sabrá irse puro de ninguna parte
y mi memoria será la cárcel de su sangre perdida
porque el mediodía en el arroyo será testigo de una infamia
y cada piedra un peso para su vida fugitiva

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