miércoles, 17 de julio de 2019

CCCXXIII

Lo que a Gerardo más le gustaba de la trapecista era que bailaba hasta cuando caminaba. Además, era raro que no sonriera, algo que a él le costaba demasiado. Ella le había pedido que la acompañara a hacer un trámite al banco, porque quería estar segura de que le cobraran lo correcto. Terminado el trámite, caminaron un rato por Corrientes y se sentaron en una de las plazoletas que están al lado del Obelisco, en la 9 de Julio.
- Yo siempre prefiero que haga calor, porque me sudo toda - dijo ella -. Me encanta estar sudada; es como sexual, ¿no?
Cuando hablaba, movía las manos como si estuviera bailando flamenco, o los hombros, como si estuviera elongando. Gerardo descubrió que nunca la había visto quieta; pero no se movía desintencionadamente, no tenía tics. O sí, pero no del tipo habitual, del que se suele ver an las personas que los tienen y que a veces pueden resultar fastidiosos. En primer lugar, no eran repetitivos; siempre se movía de una forma distinta. Y además eran siempre movimientos suaves. Estaba pensando en eso mientras la veía mover la cintura y los hombros de una forma muy sutil y se le vino una idea a a cabeza. Raro en él, la dijo en voz alta sin pensarla demasiado.
- ¿Estás bailando un Nocturno de Chopin?
Ella dejó el movimiento y giró la cara, con los ojos abiertos y encendidos y una sonrisa más ancha que el río; después se mordió el labio de abajo y largó una risita preciosa.
- Ja... ¿Cómo te diste cuenta? - dijo, mientras empezaba a acariciarse los muslos con las puntas de los dedos mayores.
Gerardo se quedó mudo; ¿cómo se había dado cuenta? Y lo más extraño; ¿cómo fue que hizo una pregunta tan estúpida sin haberla pensado antes? Estaba doblemente pasmado: por su extraño coraje y por su acierto.
- ¿Cuál? - Preguntó ella.
Gerardo se sobresaltó.
- ¿Eh?
- Que cuál; cuál Nocturno.
Gerardo balbuceó. Ahora estaba en problemas, porque cualquier cosa que dijera tenía que tener sentido. Ya estaba empezando a ser él de nuevo, pero ella no le daba tregua.
- ¡Ey! - Martina le dio un empujoncito en el hombro - ¡Dale, decime cuál! Si adivinás te regalo un chocolate.
Él empezó, casi como si estuviera en falta por no haber respondido, a intentar reproducirlo, de una forma muy tenue, silbando; pero no le salía muy bien. Ella lo miraba con esos ojazos alegres y se reía y él se ponía más nervioso todavía. Finalmente, Gerardo desistió.
- El 9 - Dijo - El segundo movimiento del 9.
Ella pegó un grito de alegría y le dio un abrazo ridículamente fuerte, en función de lo insignificante de los sucesos; estaba realmente feliz. A Gerardo se le escapó un abrazo también, asombrosamente. Apenas sus manos se apoyaron en la espalda de la trapecista, ella se quedó quieta y se volvió como de goma. No quieta del todo, en realidad; sólo movía la cabeza, frotando la oreja contra la mejilla de Gerardo y apretándose más fuerte. Él, que un segundo antes había tenido la intención de retirar los brazos, aterrorizado por su espontaneidad, simplemente la correspondió y se apretó también; inmóvil, eso sí. Y entonces escuchó el gemido casi etéreo y el levísimo espasmo en el pecho: ella lloraba. Gerardo ya estaba definitivamente fuera de sí; no pensaba en nada de lo que hacía. Levantó un brazo y empezó a acariciar el pelo suave de la bailarina y se dio cuenta de que su cuello olía a pasto recién cortado, mezclado con canela. Apenas la mano del numerista se posó en la cabeza, el llanto de la trapecista se convirtió en un ronroneo, pero con lágrimas; se frotaba la cabeza contra la mano de Gerardo mientras el movía los dedos. Estaban bailando.
Pasados unos segundos, ella tiró la cabeza para atrás, muy despacio, sólo lo suficiente como para verle la cara y mirarlo a los ojos con una profundidad estremecida y estremecedora
- ¿No es muy hermoso abrazar a alguien? - Le dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
Gerardo no le dijo nada. Sólo corrió la cabeza como para que Martina pudiera apoyar la de ella en su hombro. Y se quedaron así un rato larguísimo, bailando a Chopin al lado del obelisco, con el sol cayendo por Avenida Corrientes. El único pensamiento que tuvo él durante todo el baile fue que era una pena que el fotógrafo invisible no estuviera ahí. Seguramente les hubiera sacado una foto bárbara.

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