sábado, 27 de julio de 2019

CCCXLIX

El fotógrafo invisible y la trapecista se conocieron en junio. Gerardo había arreglado un encuentro con él y, a último momento, Martina lo había llamado para pedirle que se vieran. Gerardo le explicó la situación y ella no retrocedió. No fue un problema para Gerardo, extrañamente.
El anfitrión fue el último en llegar; sin embargo, las descripciones de Gerardo eran tan exactas que el fotógrafo y la mujer se habían reconocido enseguida (el arte de la descripción había mejorado en Gerardo desde que conoció a Martín, el narrador involuntario). Para ella fue más fácil, porque Ricardo estaba borracho; él se dio cuenta al verla venir, por la forma de caminar.
El último paso de Martina fue, como siempre, un saltito.
- Ricardo, ¿no?
Él extendió la mano, pero no llegó a decirle "encantado" porque la trapecista ya lo estaba abrazando. El fotógrafo se quedó estático, al menos hasta donde se lo permitía la borrachera. Mientras decidían si esperaban en la esquina o entraban al bar, llegó Gerardo.
- Perdón por la hora - se excusó, aunque había llegado a tiempo - ¿entramos?
Eran un trío singular, recorriendo las mesas del bar. En cierto modo, parecían practicar una coreografía sólo caminando; Gerardo, adelante, con paso vivo, cabeza gacha y un exagerado estatismo en los brazos; detrás, el fotógrafo intentando sin éxito no golpear algo y, cerrando el desfile, Martina, bailando. Gerardo propuso una mesa, pero Ricardo se negó.
- Ventanas no; uno nunca sabe - Dijo y se fue a sentar cerca de la pared. Al dúo restante le daba igual, así que se sentaron. Gerardo sacó su anotador y una lapicera.
- Primero pidamos - Dijo el fotógrafo, dándose vuelta y chistando al mozo, que se acercó fastidiado.
- Un whisky doble con hielo... - miró a Gerardo
- ¿Un whisky, Ricardo? Ya está borracho. No son ni las doce.
El fotógrafo ni se mosqueó. Con la mano lo invitaba a pedir.
- Un café corto, bien cargado
- ¿Tienen torta? - preguntó Martina
- Ricota, pasta frola...
- Ricota - interrumpió la trapecista - y una tónica con limón.
El mozo se fue.
- Perdón - Dijo Gerardo - no los presenté
- Ya nos presentamos - Contestó Ricardo, ansioso - ¿Por qué no vamos al punto?
Gerardo notó que no tenía precisamente un "punto"; sabía lo que quería hablar, pero la presencia de la trapecista no ayudaba mucho, lo ponía algo tenso. De todos modos, tomó su libretita y su lapicera y, cuando estaba por empezar a hablar, el fotógrafo lo interrumpio.
- Eh, eh, eh; ¿qué va a escribir?
- Algunas cosas que diga - respondió Gerardo, algo temeroso - y algunas fórmulas; ¿por qué? ¿le molesta?
El fotógrafo se lo quedó mirando fijo, en silencio. Extendió su mano.
- Aver, déjeme ver - dijo, extendiendo la mano hacia la libreta; Gerardo la deslizó por la mesa para que Ricardo la tomara, cosa que hizo. La abrió y empezó a mirar las páginas desde el principio, haciendo muecas de todo tipo.
- No se entiende nada - dijo
- Por eso le digo - respondió Gerardo -. Es para mí, para no olvidarme algunas cosas.
El fotógrafo devolvió la libreta sin decir nada; simplemente encogió los hombros, señal que Gerardo interpretó como un permiso para comenzar la charla. La trapecista, mientras tanto, estaba absorta con los mozos; los miraba ir y venir y parecía hacer una mímica sutil de los movimientos que le parecían relevantes. Toda la situación en la mesa le resultaba ajena. Gerardo empezó la charla.
- Bueno, como usted dijo, vamos al punto. Lo que me interesa saber...
El mozo los interrumpió.
- ¿El café? - Gerardo hizo un gesto y el mozo se lo sirvió. Mientras tanto, Ricardo retiraba el whisky de la bandeja y se lo tomaba de una vez. El mozo le sirvió la tónica y la torta a Martina, que agradeció con una sonrisa ancha. Antes de que se fuera, el fotógrafo depositó el vaso vacío en la bandeja y le hizo un circulito con el dedo índice, pidiendo otro. El mozo se fue.
- Le decía - continuó Gerardo - que lo que me interesa es saber cómo funciona lo que me contó el otro día, eso de que se hace invisible.
- Yo no sé si me hago invisible, simplemente sé que la gente no me ve - Respondió Ricardo.
- Para el caso es lo mismo - dijo Gerardo -; si no lo ven, es invisible.
El fotógrafo lo pensó, hizo un "sí" bamboleado con la cabeza, pero no dijo nada.
- Pero el punto es este - precisó Gerardo - ¿esto es algo que usted puede hacer a propósito? Le pregunto porque en todas las historias que me contó pareciera que es simplemente algo que le pasa. Para ser más claro: si yo ahora le pidiera que me sacara una foto; ¿yo lo vería?
Ricardo pensó un rato largo. No contestó. Simplemente tomó su morral, sacó la cámara, le puso la lente y sólo dudó un rato acerca de si poner o no el flash; miró para todos lados y decidió que no. Se puso la cámara en el ojo, enfocó y disparó.
- ¿Y? ¿Me vio?
- Todo - Dijo Gerardo, que empezó a anotar unos números en la libreta.
- Pregunta contestada - Dijo el fotógrafo, mientras agarraba en nuevo whisky que el mozo le traía.
Martina, que hasta entonces no había participado en nada de lo que sucedía, miró al fotógrafo y le pidió que le sacara una foto a ella y a Gerardo, juntos. El fotógrafo iba a contestarle que no, que sacar fotos era su trabajo, que el trabajo no se regalaba, o alguna cosa poco cortés por el estilo; pero se quedó petrificado. Levantó la mano izquierda deteniendo a la trapecista.
- Sh... quédese así, no se mueva, siga mirando la cámara - Dijo
Martina paró en seco y abrió los ojos grandotes y sonrió, pero Ricardo le pidió que no sonriera tanto, que siguiera con la sonrisita de antes, mientras se llevaba la cámara a la cara. Gerardo, que estaba mirando todo, noto el milagro desde el inicio mismo y empezó a escribir frenéticamente; frente a él, el fotógrafo empezó a borronearse. Martina también se dio cuenta, porque su cara cambió; sin dejar de sonreír, abrió un poco la boca, asombrada. El fotógrafo se movía como loco, pero despacio, tratando de enfocar, pero el movimiento se iba haciendo cada vez más imperceptible a medida que su figura se volvía traslúcida, hasta, literalmente, desaparecer de la vista. Se oyó entonces un "click" y el fotógrafo apareció de repente, lo que provocó en Gerardo y en Martina un sobresalto notable.
En la mesa se hizo un silencio helado. Gerardo y Martina parecían estatuas; él, con la lapicera apoyada inmóvil en el cuederno; ella, con la cara de asombro con la que había sido fotografiada y, por lo menos desde que Gerardo la conoció, estática por primera vez. Finalmente, la trapecista se tiró para atrás, siempre mirando a Ricardo, exhalando un "Ja" que no era de risa, sino de perplejidad.
Ricardo, como si nada, bebió un trago y, al percatarse del estado de lxs otrxs dos, preguntó:
- ¿Qué pasa?
- Pasó - dijo Gerardo
- ¿Qué "pasó"? - preguntó Ricardo
- ¿Cómo hizo eso? - preguntó a su vez la trapecista.
Ricardo, entonces, entendió. Lo miró a Gerardo, con un gesto que era mezcla extraña de tristeza y resignación.
- Así pasa - dijo, al fin -. Pasa así.
Gerardo anotó unos jeroglíficos en la libreta, que incluían palabras, dibujos, números y fórmulas. Miró al fotógrafo.
- Sólo le pido - dijo - que me cuente lo que vio.
- Es difícil - contestó Ricardo, después de pensar un rato -. No hay un "algo"; es más bien como un "todo". Lo que le dije en el subte, cuando nos conocimos. De repente veo todo a la vez, como... cómo le explico; ¿Le gusta Bach?
- Ajá - Dijo Gerardo
- Bueno, piense en eso. Imagínese que está escuchando a Bach. Hay un momento en el que usted se da cuenta que lo que le gusta no es ese violín de ahí, o aquel de allá; no es que no los escuche, pero usted sabe que lo que importa es todo lo que escucha, que si faltara cualquier cosa, por minúscula que fuera, sería todo ordinario; pero es perfecto. ¿Nunca tuvo esa sensación?
- Mil veces - dijo Gerardo.
- Bueno, piense lo mismo con una imagen. Yo miro como usted, como cualquiera; pero cada tanto pasa que veo todo al mismo tiempo, desde la cara de la chica hasta el polvito flotando a contraluz y la señora que está esperando el colectivo allá afuera. Veo cada cosa, pero toda junta. Y es perfecta. Todo, todo, todo tiene un significado. Y no puedo simplemente dejarlo ir; eso tiene que quedar impreso en algún lado, no se puede perder así, "puf" (hizo un gesto con los dedos, abriéndolos de golpe). Y entonces necesito sacar la foto; pero no es que lo pienso; o sí, lo pienso... lo pienso y no lo pienso, no sé cómo explicarlo. Las manos van a la cámara solas, pongo el ojo en el visor y ahí está; es sólo cuestión de encontrar el ángulo, el momento; mientras pasa eso no pienso en nada más. Créame que ni siquiera decido cuando apretar. El dedo sabe. El dedo sabe y aprieta y el mundo vuelve de golpe, como si en el intervalo no hubiera habido nada más que la imagen; el mundo era la imagen. Y créame: es el momento más hermoso que hay.
Cuando terminó de hablar, en voz muy baja, casi como para sí mismo, estaba llorando. Gerardo y Martina tenían los ojos llenos de lágrimas. Martina rompió el silencio.
- ¿Pero por qué desaparece?
El fotógrafo se encogió de hombros; el que respondió fue Gerardo.
- Ya lo dijo, Martu: el mundo era la imagen, no él mirando la imagen; sólo la imagen. La imagen tal como es, que sólo existe si él se va, si él desaparece. El tema es que desaparece literalmente.
- Es un milagro, entonces - dijo Martina.
- Sí, es un milagro - respondió Gerardo, que empezó a anotar algo en la libreta mientras el fotógrafo le pedía al mozo el tercer whisky, no sin previamente preguntarle a Gerardo si invitaba él, a lo cual Gerardo había asentido.
Martina, después de pensar un rato, le dijo a Gerardo
- ¿No es parecido a lo que me pasa con las telas?
- No es parecido - dijo Gerardo - es lo mismo.
Se quedaron en el bar un rato más y, antes de despedirse, Gerardo le pidió al fotógrafo si no le podía hacer una copia de la foto, cuando la tuviera.
- Se la pago - Aclaró
- Esta no se la cobro - dijo el fotógrafo -, sólo porque me hizo sentir bien. Y hago otra para la nena.
Se despidieron en la esquina y cada uno salió para un lugar distinto. Hacía mucho frío.


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