lunes, 15 de julio de 2019

CCCXVII

Alrededor de mi casa hay más pizzerías que personas. Con paciencia y una considerable cantidad cenas tenebrosas, fuimos logrando reducir el número a dos, en adelante, la buena y la mala. La mala es la buena para el resto de la familia, la buena es la buena para mí; teniendo en cuenta que lo bueno y lo malo no se deciden por mayoría, sino por lo que a mí me parece, la buena y la mala son la buena y la mala para mí.
"Buena" y "mala" refieren, aquí, a la calidad de la pizza; pero no quiero hablar eso. El problema son las cajas.
Partimos de una base ya deformada; hacer cajas redondas debe ser imposible o carísimo, de otro modo sería incomprensible que no fuera esa la forma de una caja de pizza.
Dicho esto, vamos al punto: la pizzería buena tiene cajas cuadradas, de esas que se abren de tres lados, quedando el cuarto siempre indivisible. Abrir y cerrar esas cajas es de una prístina sencillez. La pizzería mala, que suele vencer en las votaciones, ha encontrado una escandalosa manera de simular el círculo: el octógono.
Digámoslo de una vez: volver a cerrar de una sola vez una caja octogonal es imposible. Lo formulo en forma categórica porque si bien fue en algún momento una hipótesis, las sucesivas experimentaciones la han corroborado taxativamente (si hay popperianos sensibles entre los lectores, diré que no ha aparecido aún un solo caso que la desmienta).
El problema que se presenta es que el encargado de la apertura y cierre de la caja soy yo (repartija de por medio). Alguien podría observar que bastaría delegar la tarea en otra persona, pero soy alguien particularmente territorial: la caja, el corte de las porciones y el servicio me pertenecen (digresión: además de mi territorialidad, sucede que no hay en la casa nadie que sea capaz de respetar la línea de corte de la pizza; a la pizza la corta el pizzero, punto; es él quien determina el tamaño de cada porción; sin embargo, hay quienes - en mi casa, todxs - no aceptan ese axioma y en lugar de seguir la indicación del experto insisten en invadir con su corte porciones aledañas, lo cual es abyecto. No dispuesto a tolerar esas aberrantes "nuevas" porciones de cinco milímetros de espesor, asumí el mando, como quien dice. Digresión de la digresión: hay pizzerías cuyos pizzeros no cortan la pizza, so pretexto de que "el queso se cae"; falso: se trata simplemente de hombres sin alma que no aman su hermoso y fundamental trabajo), por lo que mis maniobras en el servicio se vuelven lisa y llanamente un laberinto, porque además, la caja octogonal se abre del todo; carece de ese lado salvador indivisible propio de la mayoría de las cajas cuadradas, que permite el servicio con el uso de ambas manos, sin que la tapa se caiga.
Y resta aún una última parte compleja: es el "tirado" de la caja. La caja cuadrada se guarda del siguiente modo: primero se apoya la caja cerrada sobre una superficie plana y resistente, luego se "achata" el medio de la caja, con el fin de doblarla en dos rectángulos, en tercer lugar se "achata" uno de los lados del rectángulo  (llegado este punto, ya verán cuál), y se va repitiendo esta operación todas las veces que sea posible, hasta llegar a un "mínimum" indoblable, que es lo que se tira (nueva digresión: para todxs aquellxs que a esta altura de mi relato estén ardiendo de deseo por compartir sus vidas conmigo, sepan dos cosas: 1) Ya hay una persona haciéndolo; 2) Si por cualquier motivo dejara de haberla, vayan mentalizándose de que un papel arrojado al tacho de basura sin haber sido reducido a su mínima extensión, por medio de la opresión más opresiva posible, es una causal de separación más sería que cortar el queso y no lavar el cuchillo). Ahora bien; vamos a la caja octogonal. El primer paso es sencillo y se realiza del mismo modo que con la caja cuadrada; pero al intentar el paso dos, nos encontramos con una figura asimétrica, lo cual ya nos advierte un futuro grave. Podemos, sin embargo, realizar el segundo doblado. Pero inexorablemente llegará un momento en el que el operativo se verá entorpecido, no por la indoblabilidad del cartón, sino por la amorfia del artefacto diabólico.
La única razón por la que cuento esto es banal, pero nos deja una valiosa lección: gracias a la luciferina idea del octogonizador de las cajas de pizza, en la actualidad soy una persona mejor, porque simplemente guardo las cajas de pizza en una bolsa aparte para que se las lleve el/la cartonerx.
Y por supuesto, viva Perón. Carajo.

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