jueves, 18 de julio de 2019

CCCXXVI

Entonces ella, afónica todavía, le pidió un té.
Él fue a la cocina, sabiendo que cuando volviera se iban a pelear. A ella las ganas de discutir se le notaban fácil, o al menos él podía predecirlas con eficacia.
Puso el agua a calentar. Preparó la taza con el azúcar y el saquito (pensó en hacerle del otro, el suelto, que a ella le gustaba mucho más; pero era más trabajo y no iba a detener los eventos, así que empezó una secreta venganza anticipada con un destrato imperceptible, pero para él importante).
Apoyado en la mesada, trató de imaginar cómo iba a empezar la discusión. Hizo un repaso de las cosas que había hecho, dicho o dejado de hacer o decir. No tenía demasiado tiempo y no quería que lo agarrada tan desprevenido; pero era inútil, no se le ocurría nada. Ella, no obstante, sabía hacer un arte de los motivos para reprocharle cosas. Las predicciones sólo llegaban a la certeza de la disputa, pero no a los motivos.
De un golpe, descubrió su delito: la bolsa de basura estaba ahí, abajo de la ventana, hacía ya dos días. A la mañana ella le había dicho que la sacara, que no volviera a olvidarse. Él, por supuesto, se había olvidado de nuevo.
No dudó: bajó el fuego de la hornalla, agarró la bolsa y salió de la cocina. Se asomó al living.
- Negra, mientras se calienta el agua bajo un toque a sacar la basura, que me colgué de nuevo.
Ella hizo un ruido gutural.
En el ascensor siguió con el repaso, por las dudas. Pero el pensamiento lo traicionó y empezó a pensar en ella, en sus enojos y en él, siempre dedicado a sí mismo en sus ratos de soledad. Pensó en Guido, que siempre decía que si vivías con una mina tenías sólo dos posibilidades: cojer o pelearte. Guido lo formulada de otro modo, decía que la cantidad de discusuones era inversamente proporcional a la cantidad de polvos. Él no estaba del todo de acuerdo, Javier y la novia se la pasaban garchando y se peleaban todo el tiempo. "Pero son novios", pensó; se preguntó si eso cambiaba algo, pero el ascensor paró y con él, el hilo del razonamiento.
Dejó la basura en el tacho de la portería. Volvió al ascensor.
Entonces pensó que la cosa podía venir por ese lado. Si era así, estaba en el horno, porque no tenía ni media gana de que pasara algo. No obstante, si se trataba de evitar la pelea, algo se podía hacer. Era tremendamente arriesgado, pero si salía bien era un golazo. Llevaba el té, pero del suelto, se lo dejaba en la mesita, se sentaba en el sillón y le decía algo como "che, ¿por qué no aprovechamos que es temprano y nos metemos en la cama y...", o algo así. El tema era que un "sí" lo obligaría a producir un deseo inexistente. "Para las minas es más fácil", pensó. Pero era eso o la pelea y ya estaba un poco cansado de discusiones idiotas (que, para él, eran básicamente todas). Fin. Estaba decidido.
Entró. Fue a la cocina y lo que encontró lo dejó paralizado: el saquito, sin usar, yacía en la mesada, la pava estaba apagada y en la pileta estaba el coladorcito del té suelto, usado.
Todo lo que había pensado se murió en un soplido.
Sólo ganó tiempo. Aprovechó el agua caliente y se hizo un café. Abrió la ventana y cerró la puerta de la cocina, para no agregar motivos a la furia que venía. Se fumó un pucho tirando el humo para afuera y cuando terminó esperó un rato para que se le fuera un poco el olor. Tardó lo más posible; conocía el límite de tiempo que le cambiaba el tono al "¿venís o te quedás ahí?"
Fue al living. La taza estaba en la mesita, casi llena; y ella se había quedado dormida.
Volvió a la cocina, sacó el teléfono y se puso a matar el tiempo, con la tele prendida. En un rato tenía que volver, apagar la tele del living, preguntarle si quería que la llevara a la cama y volver a la cocina. Al día siguiente, su primer comentario debía ser "ayer te desmayaste".
Si el problema era la bolsa de basura, el problema ya estaba solucionado; si no, había ganado un día.
Mientras pensaba en eso, la puerta de la cocina se abrió y apareció ella, dormida.
- Me voy a acostar
- Dale, yo voy en un ratito. Beso.
Y ella tiró un semibeso a la nada y cerró la puerta.
Era la bolsa, pensó. Ya está.
Se acostó como a las tres, al final.

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