Retomo una práctica olvidada. “No es oro todo lo que brilla”.
Empecemos. “Oro” puede concebirse de dos maneras: a) Como una
asignación arbitraria de un sonido, o un conjunto de grafemas a un
objeto; b) como una palabra. Más allá de que sobre decirlo, queda
explícitamente indicado que una palabra no es una herramienta
clasificatoria (o no sólo lo
es). Entendida como “a”, “oro” es una mera indicación
descriptiva, que recorta una parte del mundo, diferenciándola de
otras; bajo esta perspectiva, carece de significado. El significado
aparece, precisamente, cuando “oro” se transforma en palabra, es
decir, cuando no sólo indica un objeto, sino que lo inviste
imaginariamente de sentido. En “a”, la relación entre el signo y
aquello indicado por él es única; en “b”, esa relación se
altera y multiplica. La frase “ese pibe es oro puro” es falsa
desde el primer punto de vista, a menos que “el pibe” sea un
objeto compuesto únicamente del material designado por el signo;
desde el segundo punto de vista, la verdad o falsedad de la frase
depende de la valoración imaginaria de aquello a lo que el signo,
transformado en símbolo, refiere. Sólo hay significado en las
palabras; esa es la razón por la cual la lógica intenta evitarlas
(infructuosamente). El lenguaje está hecho de palabras; sólo porque
los signos son palabras es posible el habla. “Oro”, entonces,
significa. Durante la
época de la conquista, uno de los asombros de los conquistadores era
el escaso valor que lxs nativxs del Abya Yala asignaban al oro y a la
plata. El asombro radicaba, precisamente, en que el “oro” no era
un objeto de ciertas características físico químicas, sino un
significado: “valor”, o “riqueza”, entre tantos otros. Desde
el punto de vista “a”, la Frase “no es oro todo lo que brilla”
puede traducirse de la siguiente manera: “no todo lo que brilla es
un metal sólido de una densidad de 19300 Kg/m3, con un punto de
fusión de 1064 Grados Centígrados y una masa atómica de
196,966569(4)
u”, lo cual es tan verdadero como irrelevante; o bien de esta otra
“no todo lo que brilla tiene valor”, lo cual sólo es verdadero o
falso de acuerdo con ciertos contextos de enunciación. Reformulación
del refrán: “A brillar mi amor”. Y viva Perón, carajo.
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