martes, 6 de agosto de 2019

CCCLXXIII


Retomo una práctica olvidada. “No es oro todo lo que brilla”. Empecemos. “Oro” puede concebirse de dos maneras: a) Como una asignación arbitraria de un sonido, o un conjunto de grafemas a un objeto; b) como una palabra. Más allá de que sobre decirlo, queda explícitamente indicado que una palabra no es una herramienta clasificatoria (o no sólo lo es). Entendida como “a”, “oro” es una mera indicación descriptiva, que recorta una parte del mundo, diferenciándola de otras; bajo esta perspectiva, carece de significado. El significado aparece, precisamente, cuando “oro” se transforma en palabra, es decir, cuando no sólo indica un objeto, sino que lo inviste imaginariamente de sentido. En “a”, la relación entre el signo y aquello indicado por él es única; en “b”, esa relación se altera y multiplica. La frase “ese pibe es oro puro” es falsa desde el primer punto de vista, a menos que “el pibe” sea un objeto compuesto únicamente del material designado por el signo; desde el segundo punto de vista, la verdad o falsedad de la frase depende de la valoración imaginaria de aquello a lo que el signo, transformado en símbolo, refiere. Sólo hay significado en las palabras; esa es la razón por la cual la lógica intenta evitarlas (infructuosamente). El lenguaje está hecho de palabras; sólo porque los signos son palabras es posible el habla. “Oro”, entonces, significa. Durante la época de la conquista, uno de los asombros de los conquistadores era el escaso valor que lxs nativxs del Abya Yala asignaban al oro y a la plata. El asombro radicaba, precisamente, en que el “oro” no era un objeto de ciertas características físico químicas, sino un significado: “valor”, o “riqueza”, entre tantos otros. Desde el punto de vista “a”, la Frase “no es oro todo lo que brilla” puede traducirse de la siguiente manera: “no todo lo que brilla es un metal sólido de una densidad de 19300 Kg/m3, con un punto de fusión de 1064 Grados Centígrados y una masa atómica de 196,966569(4) u”, lo cual es tan verdadero como irrelevante; o bien de esta otra “no todo lo que brilla tiene valor”, lo cual sólo es verdadero o falso de acuerdo con ciertos contextos de enunciación. Reformulación del refrán: “A brillar mi amor”. Y viva Perón, carajo.

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