sábado, 17 de agosto de 2019

CCCXC



Gerardo caminó unos metros hacia Callao, mirando las paradas; después volvió sobre sus pasos, hacia Rodríguez Peña. Al lado de un árbol había un muchacho relativamente joven, o al menos eso parecía, que lo miraba; se le acercó y le preguntó si sabía en dónde estaba la parada del sesenta y cuatro. El joven se giró, pensó unos segundos y habló.
- Justo acá, hasta 1957 (me lo contó mi viejo, que vivía a dos cuadras desde hacía veintiún años y se mudó a Congreso porque la casa que tenía la familia en Villa del Parque era muy chica; imagínese: eran seis y vivían en un tres ambientes chico – yo todavía no había nacido; siempre viví acá en Congreso - y acá consiguieron un departamento medio venido abajo, barato pero mucho más grande, que era lo que necesitaban, además de que para mi papá, que murió hace cuatro años, era conveniente porque trabajaba en el bajo y de acá se iba en subte; trabajaba en el Ministerio de Economía y ya los últimos años, cuando el médico le dijo que tenía que hacer más ejercicio, se iba y se volvía caminando; todo cerraba; murió de un paro cardíaco, en el Argerich), había un edificio antiguo, precioso, con unos voladizos y balcones estilo francés que al parecer eran una belleza (si usted se fija, por acá, por Congreso, los edificios son todos muy lindos, aunque están un poco descuidados; también me contó mi papá que antes era una zona más valorizada, como que se vino medio abajo después, por la cercanía de Once; no sé qué hay de cierto en eso, pero mi papá lo creía así, de todos modos, si usted sube por avenida de mayo, o camina por Diagonal, salvo algunos adefesios que hicieron le va a pasar lo mismo, fíjese que hay cuadras enteras de edificios que tienen unos cien años, todos de un estilo muy francés, que era como la medida de la belleza para la época; de hecho, si usted camina por Recoleta va a ver que es como caminar por París – no sé si conoce París; yo pude ir hace un tiempo, cuando era chico, por el uno a uno, pero todavía me acuerdo; una ciudad preciosa). Al parecer el edificio tenía unas fallas estructurales, o al menos eso dijeron; si usted me pregunta, me parece que no es cierto, que fue una excusa para hacer este edificio, que es mucho más feo, pero más funcional; un negocio inmobiliario, como quien dice, de los que acá en Capital...
- Sí – interrumpió Gerardo – muy interesante todo, en serio; pero lo que quiero saber es si el sesenta y cuatro...
- Sí, sí, voy a eso, pero si no, no va a entender; ya, ya le digo. Le decía que al edificio del 57 lo tiraron por una cuestión de negocios inmobiliarios. Fue una obra grande y duró mucho tiempo (si usted me pregunta, creo que fue más bien un negociado, porque estuvieron más o menos tres años y medio, casi cuatro; es raro que tarden tanto); entonces, durante todo ese tiempo fue casi como si la vereda estuviera cerrada, entraban y salían camiones, había escombros; hicieron un vallado, que iba casi desde el edificio hasta la calle, donde había un container. Digo “casi” desde el edificio porque habían dejado como un pasillito para que la gente pasara; creamé, inútil, porque la gente pasaba directamente por la calle, lo cual es una locura, si usted tiene en cuenta la cantidad de colectivos que pasan y paran por acá; pero si usted venía con un changuito, o con tacos (no digo que usted usara tacos, aunque no tengo nada contra eso, ojo; me refiero a las mujeres que usan tacos, pero si usted quiere usar tacos a mí no me importa, de hecho, tengo un montón de amigos y amigas que son homosexuales y para mí no es un problema) era imposible pasar por el pasillito (y además era muy común que la gente, sobre todo la gente mayor, pasara por el pasillito con un changuito, porque a la vuelta abrieron un Supermercado, donde estaba la vinería), así que si usted miraba para la calle veía cómo la gente pasaba y pasaba. Para mí fue un milagro que no hubiera habido ningún accidente; una vez, en realidad, hubo uno, que no fue grave de milagro, precisamente con un sesenta y cuatro, que paraba justo en el medio. Al parecer, una chica bajó a la calle sin mirar y justo estaba arrimándose el colectivo para levantar y bajar gente y el colectivo la chocó de atrás; la chica venía desprevenida pero alcanzó a poner las manos, por suerte, porque si no se rompía la cara, pero se rompió una muñeca. Ese juicio...
Sí, sí, entiendo – volvió a interrumpir Gerardo – pero...
- Ya vamos, ya vamos; es sólo para que entienda; ya casi llegamos. Ese juicio, le decía, quedó en la nada, pero la gente de por acá empezó a protestar por la obra, por las complicaciones. De hecho, tuvieron que hacer un pasillo más grande (igualmente inútil, permítame decirle) y tirar las vallas de la calle más para atrás. Yo no sé si habrá sido por el juicio (no creo, pero es posible), pero la cuestión es que la parada del sesenta y cuatro (que, de forma hilarante, había quedado dentro de la valla), la sacaron de ahí. Durante un tiempo, a la gente (y no le digo a la gente que, como usted, no es de por acá... bah... asumo que no es de por acá, si no no me estaría preguntando dónde queda la parada) le pasaba como a usted: llegaban acá a parar el colectivo (el palo de la parada ya no estaba) y el colectivo seguía de largo (usted vio, además, cómo son los colectiveros; si usted viene en el colectivo y a los tipos les queda cómodo dejarlo a media cuadra de la parada, le abren; pero si usted está abajo y la parada está a dos metros, siguen de largo; si usted me pregunta, yo creo que lo hacen a propósito, pero no los culpo, porque tienen un régimen de trabajo que es muy duro, con horarios de salida y de llegada muy estrechos que si no los cumplen los sancionan y después cobran menos, lo cual es una locura. En realidad, a mí me dan más bronca los taxistas que los colectiveros, qué quiere que le diga). Bueno, la cosa es que la gente no sabía dónde pararse para tomar el colectivo y, como usted, buscaban la parada yendo y viniendo (no es que lo haya estado vigilando, pero vi que iba para allá y para acá y para mí pensé: este está buscando la parada del sesenta y cuatro; creer o reventar, pero me di cuenta), sin encontrar nada. El tema es que la gente buscaba una parada y nunca la pusieron, simplemente pusieron una chapita en un árbol con el número 64 y, en general, la gente no mira los árboles; ¿ve el árbol de ahí? (el hombre señaló un árbol gordo a unos pocos metros de donde estaban conversando) mire bien y va a ver el cartelito; está un poquito viejo, pero se distingue el “64” con claridad. Esa es la parada de ahora.
- Bueno, gracias – respondió Gerardo, dándose vuelta; pero se detuvo, volvió sobre sus pasos – Disculpe, ¿por qué me contó toda esa historia?
- ¿Y cómo iba a entender por qué la parada está ahí, si no le explicaba?
- No hay mucho que entender – Dijo Gerardo – la parada puede estar ahí o más allá; es arbitrario.
- “Parece” arbitrario, pero todo tiene una historia. Fijesé todo lo que tuvo que pasar para que la parada estuviera ahí. Si yo le digo “la parada está ahí”, usted no entiende por qué.
Gerardo se lo quedó mirando un rato. El hombre lo miraba también, con una mirada muy gentil, muy cálida, sonriente.
- Disculpe – Dijo Gerardo – ¿Su nombre?
- Uf... - Respondió el hombre – eso es otra historia. Yo nací en el 87, acá en el Sanatorio Mitre. Para la época en que yo nací...
Gerardo lo interrumpió con la mano.
- Está bien, está bien, olvídese; estoy un poco apurado. Otro día si quiere me cuenta, ahora me tengo que ir.
Se dio vuelta y empezó a caminar hacia el árbol. Desde atrás escuchó que el hombre le gritaba “¡Martín!”. Gerardo giró la cabeza: “Me llamo Martín; pero me debe un rato para que le cuente, porque es una historia interesante”. Gerardo asintió; antes de irse definitivamente, le preguntó al muchacho si andaba siempre por acá y vio que el hombre empezaba a pensar; se dio cuenta del error que había cometido y se anticipó: “Olvídese, Martín”, si paso por acá y lo veo, le prometo que me le acerco y le pido que me cuente.
El hombre sonrió y lo saludó. Gerardo llegó a la parada y justo venía un colectivo, casi vacío. Se subió, se sentó y sacó su libretita. Antes de que el colectivo arrancara, miró para afuera y vio a Martín hablando con otro hombre. Hizo unas anotaciones, guardó la libreta en el maletín y se quedó pensando que tal vez volvía; había algo en Martín que lo intrigaba, aunque no sabía muy bien qué era. Tras pensar un rato se dio cuenta de que su inquietud se debía al hecho de que el relato del hombre había sido casi automático. Era algo raro. Por alguna razón, le pareció que había algo en común entre el hablar de Martín y el andar de la trapecista. Iba a volver, definitivamente. El colectivo arrancó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario