Trágica y errante, piel de mermelada,
supo estar bordada en mis ojos amantes;
pero llegó el día del vuelo distante
y el pie trepidante la dejó vacía.
No fue culpa mía que se condenara
ni he de echarme en cara la mesa vacía,
pero guardo ardiendo lo que pudo darme
y debo quedarme con su adiós tremendo.
Sé que los destinos se forjan en llagas
y haga lo que haga será un desatino,
espero con ansia, aunque sea una daga,
su cuerpo de maga y su tenue fragancia.
Los años son crueles y el tiempo tirano,
y ya no hay veranos en mis anaqueles;
seré sólo en vano un devenir que duele
soñando las mieles que ofrecen sus manos.
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