domingo, 25 de agosto de 2019

CDXVI

Acaba de sucederme un prodigio. Un amigo observó con gran agudeza, hace ya unos años, que el mayor problema de las cucarachas es que se mueven muy rápido. Soy amante de todo ser vivo sobre la tierra (con obvias preferencias), excepto de dos, cuyas existencias y la mía son incompatibles, al menos en el mismo espacio: las cucarachas, porque me dan mucho asco (confirmo hoy que se debe en gran parte al comentario de mi amigo) y las avispas, porque me dan mucho miedo. Hace un rato entró volando por la ventana de la cocina una cucaracha de un tamaño considerable. Quedamos estáticos, ambos, ella en el piso y yo en mi silla. Me causó sorpresa su inmovilidad cuando me paré. Quedamos cara a cara; ella, supongo, dispuesta a huir y yo, a asesinarla (ya expliqué el caso, pero pido perdón a las almas sensibles). Me saqué la zapatilla, porque supuse que no llegaría a pisarla a tiempo y ella no se movió. Me acordé de mi amigo y me di cuenta de que en la quietud no era tan desagradable (no mucho más que un escarabajo, digamos, que son mi debilidad). Hice, entonces, algo que sólo puedo explicar por mi endeble estado de ánimo actual, que me hace sensible y vulnerable. Me acerqué un poco. La cucaracha se giró, pero con cierta lentitud. No entiendo muy bien por qué razón, se me ocurrió que sería una buena idea ponerle una mano adelante. lo hice y, lentamente, la fui acercando a la que se suponía era mi enemiga mortal. Para mi asombro, se me subió a la mano. Se me puso la piel de gallina, no tanto por el pinchacito de las patas sino porque temía que huyera volando hacia mi cara, lo cual habría sido demasiado. Con lentitud, me acerqué a la ventana, saqué la mano y con el dedo mayor de la otra le hice un "tinguiyá" para afuera. Me sentí el ser humano más benévolo y valiente que haya existido jamás. Igual me quedó un asquito, pero se fue con detergente.

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