jueves, 8 de agosto de 2019

CCCLXXX

El barrio era más que el juego y los amigos, los ligustros, el níspero y el frontón del Pampa. Era más que laberintos y edificios idénticos y alambrados vandalizados. Será que estoy viejo y el hastío del anonimato me percude, o será simplemente que me olvidé de ser hace tanto que me busco donde sé que no voy a encontrarme, pero la indolencia hecha costumbre me carcome el sueño y la infelicidad ya incurable se enconó en la tripa de la memoria y la retuerce hasta la sangre.
Alguna vez tuve un nombre y fue en mi barrio. El barrio fue también la abuela y el abuelo fugaz; y la madre desvaneciéndose de a poco tras el grito inclemente y doloroso del hombre que robaba risas a la vida. Yo fui el alemán y todos eran alguien; yo era alguien también encerado en tierra de potrero o perforado por ramas prohibidas pero irresistibles. Y también era alguien el que nos espantaba a gritos del pasto recién cortado. El barrio estaba lleno de gente que era.
Una tarde, cuidando como tesoro una langosta en la mano, el freno de la bicicleta se me incrustó en la palma y alguien, que me sabía alguien que vivía en el 2, me llevó a casa conteniendo las lágrimas, que aun no sé se eran de dolor por la herida o por la pérdida de la langosta. Y alguien en el kiosco me ponía nombres nuevos y el tano José me daba los tomates aunque no tuviera plata. Porque en el barrio no había verdulero, ni kiosquero, ni carnicero; había el tano, Manuel, Eduardo, Hugo. El portero no era Carlos sino Carlitos, pero no por Carlos sino por Chaplin, algo que no sé si supo alguna vez.
Hoy ya no hay madre ni portero ni canchita. Pero eso es devenir: el hijo es padre y el barrio es sólo un territorio pesado de recuerdos. La semilla es árbol, que es fruto, que es semilla y árbol, el mismo árbol que no era. Se supone que no debería pasarme; el hijo es padre del hijo que es otro y el padre no es el padre encadenado al ciclo de las repeticiones, porque estuvo el barrio y estuvo el nombre.
¿Y si ya no hay nombre? ¿Qué le devuelve al alma rota y supurante de agonía la vibración íntima de la pérdida de la propiedad del nombre? ¿Cómo se llama la vida cuando ya no se es nombre para nadie? ¿Qué nombre tiene la vida del que carece de nombre? Hasta la tristeza es mercancía, sustancia proverbial de un llamado que sólo será comprendido con la muerte y de modo efímero; “¿quien murió de pena?", preguntará alguien; y sólo encontrará hombros encogidos de ignorancia. Y alguien que alguna vez fue un nombre que supo mi nombre dirá: "un tipo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario