martes, 13 de agosto de 2019

CCCLXXXV

Clase, raza, género-sexualidad. Definitivamente, no se pueden pensar por separado. El sustento del patriarcado es la posesión y, en su forma más refinada, la propiedad. La sociedad patriarcal es machista, pero porque se sostiene en la creencia de que el cuerpo ajeno es un bien apropiable, reducible a un objeto, despojado de deseo, que es la marca del padre, del amo, del que por gracia de su posición social puede disponer del trabajo de otrx, del sexo de otrx, del color de otrx.
El invento más crudo del patriarcado es el “amor”, pero no el amor como acontecimiento del cuerpo deseante, que se potencia en el contacto con el cuerpo ajeno, sino el “amor” como marca de pertenencia, de uso exclusivo, de bochorno en el cuerpo enardecido por un cuerpo extraño a ser conocido por medio del placer sin más límite que el “no”. Así aprendimos a buscar “el 'amor' de nuestra vida”, negando la vida misma como objeto del amor. El “amor” romántico y principesco como delirio místico que impide saciar la voracidad del cuerpo que arde; y transcurrimos mansamente acomodadxs en el dulce tedio del “amor” por la cosa, siempre nuestra, dominable.
¿Cómo ha sucedido que a la obvia necesidad de amarlo todo y a todxs se le haya impuesto el rigor del “amor” saciado “hasta que la muerte nos separe”? ¿Cómo no amar a le mendigx, a la víctima, a le oprimidx? ¿Qué repetición aberrante de lo correcto hace que sea posible amar y no despreciar el éxito, el nombre propio, lo modélico, diferente sólo en el azar, pero rutinariamente concebido como lo que unx debió ser y no pudo, o no supo?
¿Cómo amar sólo a una mujer, o sólo a un hombre, o sólo a un ellx y no a miles? ¿Cómo no ser feliz en el goce de le amadx y disfrutar su deseo cuando efímeramente se posa en nosotrxs?
Le patriarca no ama, tiene. Ama tener. Le patriarca puede vestirse de varón o de mujer o de ellx; tantos años de exterminio de la abominación del deseo femenino han hecho ese deseo abominable para la mujer misma; porque la palabra que desenmascara a le patriarca es el “mí”, en el festival dionisíaco y autogratificante de la cantidad, del número, de lo contable vuelto proeza. Una muestra (no una prueba) de que el patriarcado no es (solamente) un problema de cuerpos en tanto cuerpos sexuados, es la foto ya legendaria de la ama haciendo cacerolear a su esclava. Esa mujer es patriarca en el sentido más doloroso y patético del término: ha hecho de su rol de víctima un goce que se satisface en la posesión de un cuerpo ajeno, inferiorizado; porque la víctima que deja de serlo apoderándose de sí misma ya no necesita victimizar a otrx. El patriarcado es una maquinara productora de víctimas gozantes de su victimización, ya que eso es lo que asegura la protección de le otrx como cosa.
¿De qué forma se entiende que le enamoradx se vea en la encrucijada de la elección? ¿Cómo es posible elegir a una persona del mismo modo en que se eligen una sábana o unas sillas? Sólo los bienes caducan; el amor es o no es y, más razonablemente aún, es y no es; porque la marca del amor es la incompletud irresoluble, el encuentro desencontrado que siempre reclama la imposibilidad de la plenitud y por eso se reitera, a veces hasta el infinito, a veces hasta la saciedad y a veces hasta el abandono de la pretensión. O no se reitera y el amor desocurre, lo cual no carece de belleza. Porque desocurrir no es dejar de ser, sino dejar de devenir o, mejor dicho, de advenir. Y el amor, no el “amor”, adviene y deviene. Su duración es relevante para le amante, pero no para su potencia de amar.
Le pater necesita de la opresión apropiadora para asegurar a “sus” hijxs como un bien más; y une hijx no es de nadie, sino de y para todxs. Quien quiera une hijx propix que se compre un auto y lo bautice, lo lave, lo encere y lo muestre. Le hijx puede, y debe, hacer todo eso por sí, o no hacerlo, por sí. Le pater no concibe ese resonar liberador, porque la verdadera libertad no es la capacidad de optar, sino la capacidad de ser. Bien lo dijo Spinoza: la esencia de una cosa es su potencia y la potencia sólo es apropiable disecada en potestad. Le pater es, paradójicamente, impotente, puesto que su potencia le es extraña, le viene de lo que posee.
Es imposible revolucionar el patriarcado sin revolucionar los cuerpos. Hacer norma de lo amorfo, de lo extraño, de lo que pueda resistir toda clasificación. Si hay acto de amor, ese es el principio; no la deconstrucción del macho. Eso es posterior y no se puede empezar por el quinto piso a construir un edificio. La primera medida, entonces, es hacer carne que el amor (no el “amor”) es la norma sin regla, es todo lo no-mío, es la evanescencia de la mercancía, esta sí objeto del “amor”. El terror al acto revolucionario feminista se hace explícito en el lenguaje apoderado y despreciado por lxs buenxs hablantes, que necesitan que las palabras designen. Pero como ya dije, se designan las cosas, no lxs seres humanxs. No hay signo del cuerpo en tanto cuerpo Real. El macho se deconstruye denombrándose, incorporándose con tierna mansedumbre al coro infinito de cuerpos otros, no iguales sino equivalentes, porque la equivalencia universal es el fin de la medida; y sin medida no hay macho, que sólo es tal porque vale más. Seres diversos y equivalentes, tal es el terror del macho.
Le patriarca abomina de lo plebeyo, que asocia con lo pobre, lo negro y lo femenino. Pero lo abomina no como entidad, sino como existencia libre y potente, aunque podría decirse que simplemente como existencia (una existencia humana es libre y potente). El 17 de octubre de 1945 fue un acontecimiento, entre otras cosas, feminista, en tanto acto de desapoderamiento y de equivalencia (basta ver las fotos y leer a Scalabrini). Centenares de cuerpos de mujeres tomando la calle son feminismo en acto sólo en tanto intento por revolucionar la lógica del cuerpo apropiado.
Hay demasiado que pensar sobre el proceso de liberación que propone el feminismo. Si simplemente propone el intercambio de roles de apropiación, entonces no hay en él ni un atisbo de proceso revolucionario; si su propuesta es la disrupción absoluta de la hegemonía de la dominación de unxs cuerpxs sobre otrxs, sean estxs cuales sean, entonces habrá que feminizar el mundo.

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